Papa Francisco: “No abandonar jamás al enfermo”
“Es necesario un suplemento de sabiduría, porque hoy es más insidiosa la tentación de insistir con tratamientos que producen potentes efectos en el cuerpo, pero no benefician al bien integral de la persona”: lo indica el Papa Francisco explicando que en la actualidad, “las intervenciones en el cuerpo humano se vuelven siempre más eficaces, pero no siempre son resolutivas”. Las palabras del Pontífice van dirigidas en una carta a Mons. Vincenzo Paglia, Presidente de la Academia Pontifica para la Vida y a los participantes en el Encuentro Regional Europeo de la Asociación Médica Mundial, en curso en el Vaticano el 16 y 17 de noviembre.
Citando la Declaración sobre la eutanasia del 5 de mayo de 1980, Francisco asegura que “es moralmente lícito renunciar a la aplicación de medios terapéuticos o suspenderlos, cuando su empleo no corresponde a aquel criterio ético y humanístico que seguidamente será definido proporcionalidad de las curaciones”. El Santo Padre destaca que esta elección “asume responsablemente el límite de la condición humana mortal, en el momento en el cual se toma conciencia de no poder contrastarlo más. “Así – subraya – no se quiere procurar la muerte”, sino que “se acepta de no poder impedirla”, como especificado en el Catecismo de la Iglesia Católica. Esta nueva perspectiva – evidencia aun el Papa – restituye a la humanidad el “acompañamiento del morir, sin abrir justificaciones a la supresión del vivir. No activar medios desproporcionados o suspender su uso “equivale a evitar el ensañamiento terapéutico” que tiene “un significado completamente diverso de la eutanasia, que es siempre ilícita”, porque interrumpe la vida causando la muerte.
El Papa llama entonces a un “atento discernimiento que considere la cuestión moral, las circunstancias y las intenciones de los sujetos involucrados. La dimensión personal y relacional de la vida y del mismo morir, que es siempre un momento extremo del vivir, debe tener en la curación y en el acompañamiento del enfermo, un espacio adecuado a la dignidad del ser humano”.
Y en este sentido el Pontífice señala que “la persona enferma reviste un papel principal” como señalado por el Catecismo de la Iglesia Católica: “Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si tiene la competencia y la capacidad”. “En diálogo con los médicos, debe evaluar los tratamientos que le son propuestos y juzgar sobre su efectiva proporcionalidad en la situación concreta, renunciando cuando tal proporcionalidad sea reconocida como carente”.
El Papa subraya el “condicionamiento de la creciente diferencia de oportunidades” marcada por la “acción combinada de la potencia tecno científica y por los intereses económicos” que lleva al incremento de la desigualdad terapéutica, “presente en los países más ricos donde el acceso a las curas corre el riesgo de depender más de la disponibilidad económica de las personas que de las efectivas exigencias de curación”.
Por ello, el Santo Padre llama a evidenciar el mandamiento supremo de la proximidad responsable, como aparece en la página evangélica del Buen Samaritano. El imperativo categórico – afirma Francisco – es aquel de no abandonar jamás al enfermo. Porque, como explica el Papa, la relación “es el lugar en el cual se nos pide amor y cercanía, más que cualquier otra cosa, reconociendo el límite que nos acomuna a todos y justamente allí, volviéndonos solidarios. Cada uno – agrega – dé el amor en el modo que le es propio, ¡pero lo dé!
“Y si sabemos que de la enfermedad no se puede garantizar la curación, debemos cuidar siempre a la persona viviente”, sin ensañarnos inútilmente contra la muerte, señala el Papa. En este sentido se mueve la medicina paliativa, “de gran importancia también en el plano cultural, empeñándose en combatir todo lo que hace el morir más angustiante y sufrido, es decir, el dolor y la soledad”.
El Santo Padre señala que en sociedades democráticas, estos argumentos delicados deben ser tratados de manera seria y reflexiva y con la disponibilidad para encontrar soluciones y normas que sean compartidas lo más posible, y que tengan en cuenta la diversidad de las visiones del mundo, de las convicciones éticas y de pertenencias religiosas.
Francisco señala asimismo la obligación de parte de lEstado “que no puede renunciar a tutelar a todos los sujetos involucrados, defendiendo la fundamental igualdad para cada uno. Y no olvida, como es su costumbre, a los más débiles, para quienes pide una “particular atención” porque “no pueden hacerse valer solos sus propios intereses.
No faltan en las palabras del Papa la indicación de una legislación en campo médico y sanitario, que necesita de una “mirada global” sobre lo que mayormente pueda promover el bien común en las situaciones concretas.
Habría que preguntarse por qué un «no» a la eutanasia y al abandono de los enfermos terminales tan claramente expresado y un convencido «no» al ensañamiento terapéutico sonó tan novedoso para algunos. En el mensaje enviado por el Papa Francisco el pasado jueves 16 de noviembre al encuentro regional europeo de la World Medical Association, organizado en colaboración con la Pontificia Academia para la Vida, los fundamentos doctrinales eran Pío XII, de hace sesenta años, la Congregación para la Doctrina de la Fe de 1980 y el Catecismo de la Iglesia católica.
No es ninguna novedad que la Iglesia, al insistir en su «no» al suicidio asistido, también diga «no» al ensañamiento terapéutico, es decir esas curas que han ido adquiriendo dimensiones desproporcionadas y que tal vez mantienen con vida al organismo humano, pero no tienen en cuenta el «bien integral de la persona». No es ninguna novedad recordar que hay casos en los que es lícito abstenerse de suministrar cuidados y tratamientos, que podrían extender un poco la vida de un paciente terminal.
Sin embargo, hay que plantearse algunas preguntas si las palabras del Pontífice son interpretadas por una parte de la opinión pública y por los medios de comunicación como «una novedad» o «una apertura». La cuestión no puede ser reducida solo a algunas citas interesadas de quienes voluntaria o involuntariamente acaban instrumentalizando las declaraciones del Papa para llevar agua al molino de las propias opiniones. Hay algo más. Legítimamente uno se podría preguntar si este efecto «novedad» no es también el resultado de décadas de contraposiciones ideológicas sobre los temas éticos más sensibles. Contraposiciones a menudo expresadas a gritos y que han creado un clima de incomunicabilidad.
Esa falta de comunicación que se aprecia en ciertos ataques contra todos los que promueven el diálogo y la confrontación, sin olvidar la enseñanza de la Iglesia sobre estos temas, pero tampoco sin cerrar a priori todas las puertas. Los programas «aperturistas» impuestos mediante colonizaciones ideológicas (con todo y su guarnición mediática) han provocado incluso reacciones descompuestas o que rozan el paroxismo. Y así ha parecido que para ciertos católicos ningún caso puede formar parte de los cánones del ensañamiento terapéutico.
Es por ello que las palabras del Papa pueden contribuir a regular los equilibrios de la situación favoreciendo espacios de diálogo, así como al redescubrimiento de las páginas del magisterio que han quedado (un poco) en el olvido.