Loiola XXI

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Perú: encuentro del Papa con los religiosos y religiosas.

El Papa Francisco encontró a los religiosos, consagrados y seminaristas en el Colegio SeminarioEl Papa Francisco encontró a los religiosos, consagrados y seminaristas en el Colegio Seminario 

Vocaciones: una llamada de amor para amar y servir. El Papa a los consagrados

Tres puntos a memorizar del discurso del Papa sobre la importancia de la «vocación memoriosa»

Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano

El Colegio Seminario SS. Carlos y Marcelo fue el escenario del encuentro del Papa con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas del Perú. Agradeciendo las palabras que Mons. José Antonio Eguren Anselmi, Arzobispo de Piura le dirigió, el Pontífice, con la concreción y la pedagogía que lo caracteriza, desarrolló su discurso en tres puntos, previa reflexión sobre la fe y la vocación, tras poner la mirada en Toribio de Mogrovejo, misionero y Santo Patrono del episcopado latinoamericano.

La virtud de ser memoriosos

Poniendo el centro en las raíces, Francisco precisó que ellas son lo que nos sostiene a lo largo del tiempo y de la historia para crecer hacia arriba y dar fruto. «Nuestras vocaciones – dijo- tendrán siempre esa doble dimensión: raíces en la tierra y corazón en el cielo”. Y porque un árbol que no tiene raíces se marchita,  el Papa lo comparó con la vida espiritual : «da mucha pena ver algún obispo, cura o monja marchito», pero «mucha más pena da cuando veo seminaristas marchitos», agregó. «Esto es muy serio: la Iglesia es buena, es Madre, y si ven que no pueden, por favor, hablen antes de tiempo, antes de que sea tarde. Antes que se den cuenta que ya no tienen raíces y que se están marchitando… Aún hay tiempo para salvar, porque Jesús vino a eso, y si llamó es para salvar».

De allí que el Papa destacara la importancia de la memoria de la vocación: “la memoria – dijo – mira al pasado para encontrar la savia que ha irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el paso de Dios por la vida de su pueblo”.

Punto uno: La alegre conciencia de sí

El ejemplo del Papa para desarrollar el primer punto fue la figura de Juan el Bautista. Juan, dijo el Papa, “era hombre memorioso de la promesa y de su propia historia”. Él tenía claro que él no era el Mesías sino simplemente quien lo anunciaba. De este modo su figura manifiesta la conciencia del discípulo que sabe que no es ni será nunca el Mesías, sino sólo un invitado a señalar el paso del Señor por la vida de su gente.

Así el Pontífice señaló que a los consagrados, se les pide simplemente «trabajar codo a codo con el Señor», y, en ese sentido la memoria “libra de la tentación de los mesianismos”.

Una tentación, que según el Papa se combate de muchos modos, “pero también con la risa”, que da «la capacidad espiritual de estar delante del Señor con los propios límites, errores y pecados, pero también con los aciertos y con la alegría de saber que Él está a nuestro lado”.

Por ese motivo Francisco aconsejó «cuidarse de la gente tan pero tan importante que, en la vida, se ha olvidado de sonreír», dando como medicina dos pastillas: una “rezar y pedir la gracia de la alegría”. “La segunda pastilla, – dijo- la puedes hacer varias veces por día si la necesitas: mírate al espejo”, “¡el espejo sirve como cura!”, bromeó.

Punto dos: La hora del llamado

El Papa destacó en el segundo punto la importancia de la memoria de la hora en que Cristo los tocó con su mirada, como a Juan el Bautista, quien grabó hasta la hora del encuentro con Jesús que le cambió la vida, marcando un antes y un después en su existencia: “eran las cuatro de la tarde”.

“Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas fundamentales dejamos de lado lo más valioso que un consagrado puede tener: la mirada del Señor”, afirmó. Y les aseguró: “¡Si el Señor se enamoró de ustedes y los eligió, no fue por ser más numerosos que los demás, pues son el pueblo más pequeño, sino por puro amor! (cf. Dt 7,7-8)”.

A seguir, el Santo Padre quiso detenerse en otro aspecto importante para él. Haciendo memoria de la fe que les fuera en muchos casos, transmitida por las familias, los exhortó a no olvidar, “y mucho menos despreciar”, la fe fiel y sencilla del pueblo.

“Sepan acoger, acompañar y estimular el encuentro con el Señor. No se vuelvan profesionales de lo sagrado olvidándose de su pueblo, de donde los sacó el Señor. No pierdan la memoria y el respeto por quien les enseñó a rezar”, les pidió, y les recordó también que el Pueblo fiel de Dios “tiene olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecido”. “El Pueblo de Dios es aguantador, – reafirmó – pero reconoce a quien lo sirve y lo cura con el óleo de la alegría y de la gratitud”.

Punto tres: La alegría es contagiosa cuando es verdadera

Para dejar el legado de su tercer punto del discurso el Romano Pontífice se centró esta vez en la figura de Andrés, quien tras haber estado con Jesús, volvió a casa de su hermano anunciándole que había encontrado al Mesías: “la noticia más grande que podía darle- dijo el Santo Padre. Y lo condujo a Jesús”.

Así el Papa anunció que “la fe en Jesús se contagia”, que no puede confinarse ni encerrarse: los discípulos recién llamados atraen a su vez a otros mediante su testimonio de fe, como Andrés que comienza su apostolado por los más cercanos, por su hermano Simón, casi como algo natural, irradiando alegría.

“ La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús ”

Pero hablando de la alegría el Papa fue aún más allá: porque la alegría abre a los demás, fue asertivo al decir que “en el mundo fragmentado que nos toca vivir, que nos empuja a aislarnos, somos desafiados a ser artífices y profetas de comunidad. Porque nadie se salva solo”.

En este punto de su discurso, puso en guardia sobre la tentación del “hijo único” que quiere todo para sí, y a quienes tengan que ocupar misiones en el servicio de la autoridad les pidió que “no se vuelvan autorreferenciales” y que traten de cuidar a sus hermanos: “procuren que estén bien –solicitó – porque el bien se contagia”.

Tras pedir, casi al final de su discurso, que en los presbiterios haya más diálogo entre los ancianos y los jóvenes, solicitó particularmente a estos últimos que «hagan soñar a los viejos»,  y recordando el libro de Joel capítulo 3, versículo 1, explicó:  «porque si los jóvenes harán soñar a los viejos, los viejos harán profetizar a los jóvenes».

Y citó también un antiguo refrán africano: “los jóvenes caminan rápido, y lo tiene que hacer, pero son los viejos los que conocen el camino”.

En la conclusión, con la ternura de padre que lo caracteriza, el agradecimiento, la bendición apostólica y su pedido de oración por él, «a modo del Perú».


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Jornada mundial pro vocaciones el 22 de abril. Mensaje del Papa

Mensaje del Santo Padre para la 55a Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones

El 22 de abril de  2018, IV domingo de Pascua, se celebra la 55 a Jornada Mundial de Oración por las vocaciones cuyo tema este año es  Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor.
Publicamos a continuación el mensaje que el Santo Padre Francisco envía con esa ocasión a los obispos, sacerdotes, consagrados y fieles de todo el mundo.

Mensaje del Santo Padre
Escuchar, discernir, vivir la llamada del Señor

Queridos hermanos y hermanas:
El próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional , introducción).
Esta es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.
También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar , discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.
Estos tres aspectos — escucha , discernimiento y vida — encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).

Escuchar
La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.
Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.
Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.
También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.
Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.
Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).

Discernir
Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» ( Lc 4,18-19).
Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional , II, 2).
Descubrimos, en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.
También hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión.

Vivir
Por último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente «hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» ( Lc 4,20).
La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.
Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre.
El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.
María Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.

Vaticano, 3 de diciembre de 2017.


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El cristiano y su vocación. Catequesis del Papa

El Papa en la catequesis: “Toda vocación verdadera inicia con el encuentro con Jesús”

 

(RV).- “La propia vocación en este mundo se puede descubrir de varios modos, pero esta página del Evangelio nos dice que el primer indicador es la alegría del encuentro con Jesús. Matrimonio, vida consagrada, sacerdocio: cada vocación verdadera inicia con un encuentro con Jesús que nos dona una alegría y una esperanza nueva; y nos conduce, incluso a través de pruebas y dificultades, a un encuentro siempre más pleno”, con estas palabras el Papa Francisco reflexionó en la Audiencia General del último miércoles de agosto, sobre la relación entre la esperanza y la memoria de la vocación.

Continuando su ciclo de catequesis sobre “la esperanza”, el Obispo de Roma dijo que, “el Señor no quiere hombres y mujeres que caminan detrás de Él de mala gana, sin tener en el corazón el viento de la felicidad”. Jesús, dijo el Papa, quiere personas que han experimentado que estar con Él nos da una felicidad inmensa, que se puede renovar cada día de la vida. “Un discípulo del Reino de Dios que no sea gozoso no evangeliza este mundo, es uno triste. Se convierte en predicador de Jesús no afinando las armas de la retórica: tú puedes hablar, hablar, hablar pero si no hay otra cosa”.

Texto y audio completo de la catequesis del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy quisiera regresar sobre un tema importante: la relación entre la esperanza y la memoria, con particular referencia a la memoria de la vocación. Y tomo como ícono la llamada de los primeros discípulos de Jesús. En sus memorias se quedó tan marcada esta experiencia, que alguno registró incluso la hora: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). El evangelista Juan narra el episodio como un nítido recuerdo de juventud, que se quedó intacto en su memoria de anciano: porque Juan escribió estas cosas cuando era anciano.

El encuentro había sucedió cerca del río Jordán, donde Juan Bautista bautizaba; y aquellos jóvenes galileos habían escogido al Bautista como guía espiritual. Un día llega Jesús, y se hizo bautizar en el río. Al día siguiente pasó de nuevo, y entonces el que bautizaba – es decir, Juan Bautista – dijo a dos de sus discípulos: «Este es el Cordero de Dios» (v. 36).

Y para estos dos fue la “centella”. Dejaron a su primer maestro y se pusieron en el seguimiento de Jesús. Por el camino, Él se gira hacia ellos y les plantea la pregunta decisiva:  «¿Qué quieren?» (v. 38). Jesús aparece en los Evangelio como un experto del corazón humano. En ese momento había encontrado a dos jóvenes en búsqueda, sanamente inquietos. De hecho, ¿qué juventud es una juventud satisfecha, sin una pregunta de sentido? Los jóvenes que no buscan nada, no son jóvenes, son jubilados, han envejecido antes de tiempo. Es triste ver jóvenes jubilados. Y Jesús, a través de todo el Evangelio, en todos los encuentros que le suceden a lo largo del camino, se presenta como un “incendiario” de corazones. De ahí ésta pregunta que busca hacer emerger el deseo de vida y de felicidad que cada joven se lleva dentro: “¿Qué cosa buscas?”. Hoy quisiera preguntarles a los jóvenes que están aquí en la Plaza y a aquellos que nos escuchan a través de los medios de comunicación: “¿Tú, que eres joven, qué cosa buscas? ¿Qué cosa buscas en tu corazón?”.

La vocación de Juan y de Andrés comienza así: es el inicio de una amistad con Jesús tan fuerte que impone una comunión de vida y de pasiones con Él. Los dos discípulos comienzan a estar con Jesús y enseguida se transforman en misioneros, porque cuando termina el encuentro no regresan a casa tranquilos: tanto es así que sus respectivos hermanos – Simón y Santiago – son enseguida incluidos en el seguimiento. Fueron donde estaban ellos y les han dicho: “¡Hemos encontrado al Mesías, hemos encontrado a un gran profeta!”, dan la noticia. Son misioneros de ese encuentro. Fue un encuentro tan conmovedor, tan feliz que los discípulos recordaran por siempre ese día que iluminó y orientó su juventud.

¿Cómo se descubre la propia vocación en este mundo? Se puede descubrir de varios modos, pero esta página del Evangelio nos dice que el primer indicador es la alegría del encuentro con Jesús. Matrimonio, vida consagrada, sacerdocio: cada vocación verdadera inicia con un encuentro con Jesús que nos dona una alegría y una esperanza nueva; y nos conduce, incluso a través de pruebas y dificultades, a un encuentro siempre más pleno, crece, ese encuentro, más grande, ese encuentro con Él y a la plenitud de la alegría.

El Señor no quiere hombres y mujeres que caminan detrás de Él de mala gana, sin tener en el corazón el viento de la felicidad. Ustedes, que están aquí en la Plaza, les pregunto – cada uno responda a sí mismo – ustedes, ¿tienen en el corazón el viento de la felicidad? Cada uno se pregunte: ¿Yo tengo dentro de mí, en el corazón, el viento de la felicidad? Jesús quiere personas que han experimentado que estar con Él nos da una felicidad inmensa, que se puede renovar cada día de la vida. Un discípulo del Reino de Dios que no sea gozoso no evangeliza este mundo, es uno triste. Se convierte en predicador de Jesús no afinando las armas de la retórica: tú puedes hablar, hablar, hablar pero si no hay otra cosa. ¿Cómo se convierte en predicador de Jesús? Custodiando en los ojos el brillo de la verdadera felicidad. Vemos a tantos cristianos, incluso entre nosotros, que con los ojos te transmiten la alegría de la fe: con los ojos.

Por este motivo el cristiano – como la Virgen María – custodia la llama de su enamoramiento: enamorados de Jesús. Cierto, hay pruebas en la vida, existen momentos en los cuales se necesita ir adelante no obstante el frío y el viento contrario, no obstante tantas amarguras. Pero los cristianos conocen el camino que conduce a aquel sagrado fuego que los ha encendido una vez por siempre.

Y por favor, le pido: no escuchemos a personas desilusionadas e infelices; no escuchemos a quien recomienda cínicamente no cultivar la esperanza en la vida; no confiemos en quien apaga desde el inicio todo entusiasmo diciendo que ningún proyecto vale el sacrificio de toda una vida; no escuchemos a los “viejos” de corazón que sofocan la euforia juvenil. Vayamos donde los viejos que tienen los ojos brillantes de esperanza. Cultivemos en cambio, sanas utopías: Dios nos quiere capaces de soñar como Él y con Él, mientras caminamos bien atentos a la realidad. Soñar en un mundo diferente. Y si un sueño se apaga, volver a soñarlo de nuevo, recurriendo con esperanza a la memoria de los orígenes, a esas brazas que, tal vez después de una vida no tan buena, están escondidas bajo las cenizas del primer encuentro con Jesús.

Es esta pues, una dinámica fundamental de la vida cristiana: recordarse de Jesús. Pablo decía a su discípulo: “Recuérdate de Jesucristo” (2 Tim 2,8); este es el consejo del gran San Pablo: “Recuérdate de Jesucristo”. Recordarse de Jesús, del fuego de amor con el cual un día hemos concebido nuestra vida como un proyecto de bien, y a vivificar con esta llama nuestra esperanza. Gracias.


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Una nueva cultura vocacional: el Papa

Papa Francisco: se necesita una nueva cultura vocacional

(RV).- El primer jueves de enero, en el Aula Pablo VI de la Ciudad del Vaticano, el Papa Francisco celebró un encuentro con los casi 800 participantes en el Congreso organizado por la Oficina nacional para la pastoral vocacional de la Conferencia Episcopal Italiana. El Pontífice les entregó el discurso que había preparado para hablar con todos ellos de manera espontánea.

Ante todo, el Obispo de Roma agradeció las palabras dirigidas por Monseñor Nunzio Galantino, Secretario General de la Conferencia Episcopal Italiana, y se congratuló por el empeño con que llevan adelante esta cita anual, en la que se comparte la alegría de la fraternidad y la belleza de las diversas vocaciones.

Este Congreso, que comenzó el 3 de enero, tuvo por tema: “Levántate, ve y no temas. Vocaciones y santidad: yo soy una misión”. Y de hecho, el Papa Bergoglio afirma en el discurso entregado la necesidad de volver a llevar a las comunidades cristianas una nueva “cultura vocacional”, que sepa contar la belleza de estar enamorados de Dios. El Santo Padre pide que esta nueva cultura vocacional sea “capaz de leer con coraje la realidad tal como es, con sus fatigas y resistencias”, reconociendo, sin embargo, los signos de belleza del corazón humano.

La mirada del Pontífice también se extiende a la próxima Asamblea Sinodal de 2018, que tendrá como centro precisamente el tema de: “Jóvenes, fe y discernimiento vocacional”. Por lo que escribe que “la prioridad de la pastoral vocacional debe ser no la eficiencia, sino la atención al discernimiento”. Razón por la cual pide que se arroje luz sobre las potencialidades más que sobre los límites. E invita a que se privilegie el camino de la escucha.

Porque como escribe el Obispo de Roma, quienes están comprometidos en la misión de acompañamiento vocacional deben tener pasión para ocuparse de vidas que son “como cofres” que contienen un tesoro valioso, por lo que se debe tener “gran respeto”, buscando la felicidad de cuantos han sido encomendados a su atención.

Además, el Papa Francisco hace propias las palabras de Benedicto XVI acerca del profundo extravío que vive la juventud de hoy. De ahí que, para ser creíbles, sea necesario “privilegiar  la vía de la escucha”; saber “perder el tiempo” a la hora de acoger los interrogantes y los deseos de los jóvenes.

En cuanto al hecho de “ser una misión permanente”, el Pontífice reafirma que el testimonio sólo logra persuadir si se sabe relatar la belleza del hecho de estar enamorados de Dios. No desorientados por las solicitaciones exteriores, sino reavivar la frescura del “primer amor”.

En una palabra, sentir no sencillamente que se tiene una misión, sino repetirse a sí mismos: “Yo soy una misión”, es decir, “ser misión permanente”. Y esto, naturalmente, requiere audacia y fantasía, ganas de ir más allá, haciendo memoria de las muchas historias de vocación. Porque como escribe el Papa, es el mismo Señor quien invita a los llamados a no tener miedo de salir de sí mismos para convertirse en don para los demás. Ir más allá de los temores que paralizan el deseo de bien, con la infinita paciencia de volver a comenzar. De modo que se necesita una pastoral con “horizontes amplios” y con “un respiro de comunión” para ser “centinelas” capaces captar la llegada de un nuevo amanecer sin tener miedo de las “inevitables lentitudes y resistencias del corazón humano”.

El Pontífice concluye su discurso a los participantes en el Congreso organizado por la Oficina nacional para la pastoral vocacional de la Conferencia Episcopal Italiana asegurándoles su oración por todos ellos, a la vez que les pide que, por favor, no se olviden de rezar por él.

(María Fernanda Bernasconi – RV).


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Pastoral vocacional; discurso del Papa

Perseveren en salir y sembrar la Palabra, con misericordia: el Papa al Congreso de Pastoral Vocacional

“Perseveren en ser cercanos, en salir, en sembrar la palabra con miradas de misericordia: fue la exhortación del Papa Francisco a los numerosos participantes en el Congreso internacional de Pastoral Vocacional, a quienes recibió en audiencia este viernes en la Sala Clementina.

Bajo el título ‘Lo miró con misericordia y lo eligió’ (Miserando atque eligendo) frase del Evangelio de Mateo y lema del Pontificado del Papa Francisco, el encuentro internacional ha reunido en estos días en Roma a casi 300 Cardenales, Obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y agentes pastorales que trabajan en la pastoral vocacional en el mundo.

Recordando la particularidad de la misión de Jesús que “sale a las calles, se pone en camino, y va al encuentro de los sufrimientos y de las esperanzas del pueblo”, el Papa centró su discurso en tres verbos que indican el dinamismo de toda pastoral vocacional: salir, ver y llamar.

En primer lugar, salir: porque la pastoral vocacional tiene necesidad de una Iglesia en movimiento, capaz de ampliar los propios confines pero con la medida ancha del corazón misericordioso de Dios”. El Pontífice instó a “salir de nuestras rigideces que nos hacen incapaces de comunicar la alegría del Evangelio, de las fórmulas estándares que resultan anacronistas y de análisis preconcebidos que encuadran la vida de las personas en fríos esquemas. Y luego la invitación a los pastores de la Iglesia, “principales responsables de las vocaciones cristianas y sacerdotales”, que también experimentaron el primer encuentro con Jesús, a que salgan y escuchen a los jóvenes y los ayuden a discernir y a orientar sus pasos. Porque “estamos llamados a ser pastores en medio del pueblo – recalcó- capaces de animar una pastoral del encuentro y de emplear tiempo en recibir y escuchar a todos, especialmente a los jóvenes”.

Ver: “Cuando Jesús pasa  por las calles se detiene y cruza la mirada del otro, sin prisa”, especificó el Obispo de Roma, recordando cómo hoy la velocidad y la prisa de la vida no dejan espacio al necesario silencio interior en donde “pueda resonar la llamada del Señor”. “Es posible correr este riesgo también en nuestras comunidades” – advirtió el Papa: pastores que por la prisa “corren el riesgo de caer en un vacío de activismo organizativo”. En cambio, “la vocación”, como indica el Evangelio – explicó – “inicia por una mirada de misericordia sobre mí”. “Es así que Jesús miró a Mateo”. Y así debe ser la mirada de cada pastor: “atenta, sin prisa, capaz de detenerse y de leer en profundidad y entrar en la vida del otro sin hacerlo sentir jamás ni amenazado ni juzgado”.

Tercera acción: llamar. “El verbo típico de la vocación cristiana”, afirmó Francisco. “Jesús no hace largos discursos”, explicó, porque su deseo es “poner a las personas en camino, y romper la ilusión de que se pueda vivir felizmente quedándose cómodamente sentados entre las propias seguridades”. “¡Este deseo de búsqueda, que habita en los más jóvenes, es el tesoro que el Señor pone en nuestras manos y que debemos cuidar, cultivar y hacer germinar!” recordó Obispo de Roma. ¡No tengan miedo de anunciar el Evangelio, de encontrar, de orientar la vida de los jóvenes!, prosiguió, alentándolos a no ser tímidos en el proponerles el camino de la vida sacerdotal, mostrándoles, sobre todo, con su testimonio que «es bello seguir al Señor y donarle la vida para siempre».


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Discurso del Papa a la Fundación S. Juan Pablo II.

2016-10-21 Radio Vaticana

(RV).- “Los animo a continuar en el compromiso de promoción y ayuda en favor de las nuevas generaciones para que puedan afrontar los desafíos de la vida siempre animados por una sensibilidad evangélica y espíritu de fe”, lo dijo el Papa Francisco a los miembros de la Fundación Juan Pablo II, a quienes recibió en Audiencia en el marco de la celebración del 35° Aniversario de vida institucional.

En su discurso, el Santo Padre recordó los treinta y cinco años de labor que la Fundación viene realizando, ocasión oportuna, dijo el Papa, para realizar un balance y al mismo tiempo trazar nuevas metas y objetivos para el futuro. “La finalidad de su Fundación – precisó el Pontífice – es sostener las iniciativas de carácter educativo, cultural, religioso y caritativo inspiradas en la figura de San Juan Pablo II, de quien mañana celebraremos la memoria litúrgica”. Iniciativas y acciones presentes en diferentes países del mundo, beneficiando a numerosos estudiantes en la realización de sus estudios. “Los animo a continuar en el compromiso de promoción y ayuda en favor de las nuevas generaciones – alentó el Obispo de Roma – para que puedan afrontar los desafíos de la vida siempre animados por una sensibilidad evangélica y espíritu de fe. Formar a la juventud es una inversión para el futuro: ¡que a los jóvenes no les sea robada jamás la esperanza del mañana!”.

Este Año Jubilar que está concluyendo, agregó el Sucesor de Pedro, nos ha impulsado a reflexionar y meditar sobre la grandeza de la Divina Misericordia en un tiempo en el cual el hombre, motivado por los progresos de la técnica y de la ciencia, tiende a sentirse autosuficiente, como si se hubiese emancipado de toda autoridad superior, creyendo que todo depende de él. “Como cristianos, en cambio, somos conscientes que todo es don de Dios y la verdadera riqueza no es el dinero, que al contrario nos puede hacer esclavos, sino el amor de Dios, que nos hace libres”.

Recordando su reciente viaje a Polonia con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa Francisco resaltó la “alegría de la fe” que encontró en los jóvenes. La tierra polaca, dijo, ha tenido grandes hijos y apóstoles de la misericordia, Santa Faustina Kowalska y San Juan Pablo II. “El Santo Papa se expresaba así, en la Encíclica Dives in misericordia: «Jesús, sobre todo con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor, el amor operante, el amor que se dirige al hombre y abraza todo lo que forma su humanidad. Este amor se hace notar particularmente en el contacto con el sufrimiento, la injusticia, la pobreza; en contacto con toda la ‘condición humana’ histórica, que de distintos modos manifiesta la limitación y la fragilidad del hombre, bien sea física, bien sea moral». En cambio, agregó el Pontífice, Santa Faustina, en su Diario, escribía una exhortación a ella dirigida por el Señor Jesús: «Hija mía, observa mi Corazón misericordioso y reproduce su compasión en tu corazón y en tus acciones, de modo que tú misma, que proclamas al mundo mi misericordia, seas inflamada por ella» (n. 1688).

Antes de concluir su discurso, el Papa Francisco alentó a que estas palabras y el testimonio de estos dos santos puedan iluminar el trabajo generoso que la Fundación desarrolla. “Puedan las palabras, y sobre todo los ejemplos de vida de estos dos luminosos testigos inspirar siempre su generoso compromiso. La Virgen María, Mater Misericordiae, los cuide y los acompañe. Los bendigo de corazón a todos ustedes y a sus familias y comunidad; y les pido por favor de rezar por mí”.

(Renato Martinez – Radio Vaticano)

(from Vatican Radio)


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Próxima jornada en favor de las vocaciones. Mensaje del Papa

Mensaje del Papa por la 53ª Jornada de Oración por las Vocaciones

2015-12-07 Radio Vaticana

 

(RV).- El 17 de abril del próximo año 2016, IV Domingo de Pascua, se celebrará la 53ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, que estará acompañada por el Mensaje del Papa Francisco que lleva por lema “La Iglesia, madre de vocaciones”.

 

Texto del mensaje del Santo Padre Francisco:

Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2016

La Iglesia, madre de vocaciones

Queridos hermanos y hermanas:

Cómo desearía que, a lo largo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados pudieran experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa de la misericordia y la «tierra» donde la vocación germina, crece y da fruto.

Por eso, invito a todos los fieles, con ocasión de esta 53ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, a contemplar la comunidad apostólica y a agradecer la mediación de la comunidad en su propio camino vocacional. En la Bula de convocatoria del Jubileo Extraordinario de la Misericordia recordaba las palabras de san Beda el Venerable referentes a la vocación de san Mateo: misereando atque eligendo (Misericordiae vultus, 8). La acción misericordiosa del Señor perdona nuestros pecados y nos abre a la vida nueva que se concreta en la llamada al seguimiento y a la misión. Toda vocación en la Iglesia tiene su origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del discípulo misionero.

El beato Pablo VI, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, describió los pasos del proceso evangelizador. Uno de ellos es la adhesión a la comunidad cristiana (cf. n. 23), esa comunidad de la cual el discípulo del Señor ha recibido el testimonio de la fe y el anuncio explícito de la misericordia del Señor. Esta incorporación comunitaria incluye toda la riqueza de la vida eclesial, especialmente los Sacramentos. La Iglesia no es sólo el lugar donde se cree, sino también verdadero objeto de nuestra fe; por eso decimos en el Credo: «Creo en la Iglesia».

La llamada de Dios se realiza por medio de la mediación comunitaria. Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y, después de madurar en su seno, nos concede una vocación específica. El camino vocacional se hace al lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala: es una con-vocación. El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra el veneno de la indiferencia y el individualismo. Establece esa comunión en la cual la indiferencia ha sido vencida por el amor, porque nos exige salir de nosotros mismos, poniendo nuestra vida al servicio del designio de Dios y asumiendo la situación histórica de su pueblo santo.

En esta jornada, dedicada a la oración por las vocaciones, deseo invitar a todos los fieles a asumir su responsabilidad en el cuidado y el discernimiento vocacional. Cuando los apóstoles buscaban uno que ocupase el puesto de Judas Iscariote, san Pedro convocó a ciento veinte hermanos (Hch 1,15); para elegir a los Siete, convocaron el pleno de los discípulos (Hch 6,2). San Pablo da a Tito criterios específicos para seleccionar a los presbíteros (Tt 1,5-9). También hoy la comunidad cristiana está siempre presente en el surgimiento, formación y perseverancia de las vocaciones (cfr. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 107).

La vocación nace en la Iglesia. Desde el nacimiento de una vocación es necesario un adecuado «sentido» de Iglesia. Nadie es llamado exclusivamente para una región, ni para un grupo o movimiento eclesial, sino al servicio de la Iglesia y del mundo. Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos (ibíd., 130). Respondiendo a la llamada de Dios, el joven ve cómo se amplía el horizonte eclesial, puede considerar los diferentes carismas y vocaciones y alcanzar así un discernimiento más objetivo. La comunidad se convierte de este modo en el hogar y la familia en la que nace la vocación. El candidato contempla agradecido esta mediación comunitaria como un elemento irrenunciable para su futuro. Aprende a conocer y a amar a otros hermanos y hermanas que recorren diversos caminos; y estos vínculos fortalecen en todos la comunión.

La vocación crece en la Iglesia. Durante el proceso formativo, los candidatos a las distintas vocaciones necesitan conocer mejor la comunidad eclesial, superando las percepciones limitadas que todos tenemos al principio. Para ello, es oportuno realizar experiencias apostólicas junto a otros miembros de la comunidad, por ejemplo: comunicar el mensaje evangélico junto a un buen catequista; experimentar la evangelización de las periferias con una comunidad religiosa; descubrir y apreciar el tesoro de la contemplación compartiendo la vida de clausura; conocer mejor la misión ad gentes por el contacto con los misioneros; profundizar en la experiencia de la pastoral en la parroquia y en la diócesis con los sacerdotes diocesanos. Para quienes ya están en formación, la comunidad cristiana permanece siempre como el ámbito educativo fundamental, ante la cual experimentan gratitud.

La vocación está sostenida por la Iglesia. Después del compromiso definitivo, el camino vocacional en la Iglesia no termina, continúa en la disponibilidad para el servicio, en la perseverancia y en la formación permanente. Quien ha consagrado su vida al Señor está dispuesto a servir a la Iglesia donde esta le necesite. La misión de Pablo y Bernabé es un ejemplo de esta disponibilidad eclesial. Enviados por el Espíritu Santo desde la comunidad de Antioquía a una misión (Hch 13,1-4), volvieron a la comunidad y compartieron lo que el Señor había realizado por medio de ellos (Hch 14,27). Los misioneros están acompañados y sostenidos por la comunidad cristiana, que continúa siendo para ellos un referente vital, como la patria visible que da seguridad a quienes peregrinan hacia la vida eterna.

Entre los agentes pastorales tienen una importancia especial los sacerdotes. A través de su ministerio se hace presente la palabra de Jesús que ha declarado: Yo soy la puerta de las ovejas… Yo soy el buen pastor (Jn 10, 7.11). El cuidado pastoral de las vocaciones es una parte fundamental de su ministerio pastoral. Los sacerdotes acompañan a quienes están en buscan de la propia vocación y a los que ya han entregado su vida al servicio de Dios y de la comunidad.

Todos los fieles están llamados a tomar conciencia del dinamismo eclesial de la vocación, para que las comunidades de fe lleguen a ser, a ejemplo de la Virgen María, seno materno que acoge el don del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,35-38). La maternidad de la Iglesia se expresa a través de la oración perseverante por las vocaciones, de su acción educativa y del acompañamiento que brinda a quienes perciben la llamada de Dios. También lo hace a través de una cuidadosa selección de los candidatos al ministerio ordenado y a la vida consagrada. Finalmente es madre de las vocaciones al sostener continuamente a aquellos que han consagrado su vida al servicio de los demás.

Pidamos al Señor que conceda a quienes han emprendido un camino vocacional una profunda adhesión a la Iglesia; y que el Espíritu Santo refuerce en los Pastores y en todos los fieles la comunión eclesial, el discernimiento y la paternidad y maternidad espirituales:

Padre de misericordia, que has entregado a tu Hijo por nuestra salvación y nos sostienes continuamente con los dones de tu Espíritu, concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes el deseo de consagrarse a Ti y a la evangelización. Sostenlas en el empeño de proponer a los jóvenes una adecuada catequesis vocacional y caminos de especial consagración. Dales sabiduría para el necesario discernimiento de las vocaciones de modo que en todo brille la grandeza de tu amor misericordioso.

Que María, Madre y educadora de Jesús, interceda por cada una de las comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo, sean fuente de auténticas vocaciones al servicio del pueblo santo de Dios.

Vaticano, 29 de noviembre de 2015


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Jornada mundial de oración por las vocaciones. Mensaje de Papa Francisco.

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

 PARA LA 52 JORNADA MUNDIAL

DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

26 DE ABRIL DE 2015 – IV DOMINGO DE PASCUA

«El éxodo, experiencia fundamental de la vocación»

Queridos hermanos y hermanas:

El cuarto Domingo de Pascua nos presenta el icono del Buen Pastor que conoce a sus ovejas, las llama por su nombre, las alimenta y las guía. Hace más de 50 años que en este domingo celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Esta Jornada nos recuerda la importancia de rezar para que, como dijo Jesús a sus discípulos, «el dueño de la mies… mande obreros a su mies» (Lc 10,2). Jesús nos dio este mandamiento en el contexto de un envío misionero: además de los doce apóstoles, llamó a otros setenta y dos discípulos y los mandó de dos en dos para la misión (cf. Lc 10,1-16). Efectivamente, si la Iglesia «es misionera por su naturaleza» (Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, 2), la vocación cristiana nace necesariamente dentro de una experiencia de misión. Así, escuchar y seguir la voz de Cristo Buen Pastor, dejándose atraer y conducir por él y consagrando a él la propia vida, significa aceptar que el Espíritu Santo nos introduzca en este dinamismo misionero, suscitando en nosotros el deseo y la determinación gozosa de entregar nuestra vida y gastarla por la causa del Reino de Dios.

Entregar la propia vida en esta actitud misionera sólo será posible si somos capaces de salir de nosotros mismos. Por eso, en esta 52 Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, quisiera reflexionar precisamente sobre ese particular «éxodo» que es la vocación o, mejor aún, nuestra respuesta a la vocación que Dios nos da. Cuando oímos la palabra «éxodo», nos viene a la mente inmediatamente el comienzo de la maravillosa historia de amor de Dios con el pueblo de sus hijos, una historia que pasa por los días dramáticos de la esclavitud en Egipto, la llamada de Moisés, la liberación y el camino hacia la tierra prometida. El libro del Éxodo ―el segundo libro de la Biblia―, que narra esta historia, representa una parábola de toda la historia de la salvación, y también de la dinámica fundamental de la fe cristiana. De hecho, pasar de la esclavitud del hombre viejo a la vida nueva en Cristo es la obra redentora que se realiza en nosotros mediante la fe (cf. Ef 4,22-24). Este paso es un verdadero y real «éxodo», es el camino del alma cristiana y de toda la Iglesia, la orientación decisiva de la existencia hacia el Padre.

En la raíz de toda vocación cristiana se encuentra este movimiento fundamental de la experiencia de fe: creer quiere decir renunciar a uno mismo, salir de la comodidad y rigidez del propio yo para centrar nuestra vida en Jesucristo; abandonar, como Abrahán, la propia tierra poniéndose en camino con confianza, sabiendo que Dios indicará el camino hacia la tierra nueva. Esta «salida» no hay que entenderla como un desprecio de la propia vida, del propio modo de sentir las cosas, de la propia humanidad; todo lo contrario, quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de su reino. Dice Jesús: «El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna» (Mt 19,29). La raíz profunda de todo esto es el amor. En efecto, la vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que se refiere a algo más allá de uno mismo, descentra a la persona, inicia un «camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios» (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6).

La experiencia del éxodo es paradigma de la vida cristiana, en particular de quien sigue una vocación de especial dedicación al servicio del Evangelio. Consiste en una actitud siempre renovada de conversión y transformación, en un estar siempre en camino, en un pasar de la muerte a la vida, tal como celebramos en la liturgia: es el dinamismo pascual. En efecto, desde la llamada de Abrahán a la de Moisés, desde el peregrinar de Israel por el desierto a la conversión predicada por los profetas, hasta el viaje misionero de Jesús que culmina en su muerte y resurrección, la vocación es siempre una acción de Dios que nos hace salir de nuestra situación inicial, nos libra de toda forma de esclavitud, nos saca de la rutina y la indiferencia y nos proyecta hacia la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos. Responder a la llamada de Dios, por tanto, es dejar que él nos haga salir de nuestra falsa estabilidad para ponernos en camino hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra felicidad.

Esta dinámica del éxodo no se refiere sólo a la llamada personal, sino a la acción misionera y evangelizadora de toda la Iglesia. La Iglesia es verdaderamente fiel a su Maestro en la medida en que es una Iglesia «en salida», no preocupada por ella misma, por sus estructuras y sus conquistas, sino más bien capaz de ir, de ponerse en movimiento, de encontrar a los hijos de Dios en su situación real y de com-padecer sus heridas. Dios sale de sí mismo en una dinámica trinitaria de amor, escucha la miseria de su pueblo e interviene para librarlo (cf. Ex 3,7). A esta forma de ser y de actuar está llamada también la Iglesia: la Iglesia que evangeliza sale al encuentro del hombre, anuncia la palabra liberadora del Evangelio, sana con la gracia de Dios las heridas del alma y del cuerpo, socorre a los pobres y necesitados.

Queridos hermanos y hermanas, este éxodo liberador hacia Cristo y hacia los hermanos constituye también el camino para la plena comprensión del hombre y para el crecimiento humano y social en la historia. Escuchar y acoger la llamada del Señor no es una cuestión privada o intimista que pueda confundirse con la emoción del momento; es un compromiso concreto, real y total, que afecta a toda nuestra existencia y la pone al servicio de la construcción del Reino de Dios en la tierra. Por eso, la vocación cristiana, radicada en la contemplación del corazón del Padre, lleva al mismo tiempo al compromiso solidario en favor de la liberación de los hermanos, sobre todo de los más pobres. El discípulo de Jesús tiene el corazón abierto a su horizonte sin límites, y su intimidad con el Señor nunca es una fuga de la vida y del mundo, sino que, al contrario, «esencialmente se configura como comunión misionera» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23).

Esta dinámica del éxodo, hacia Dios y hacia el hombre, llena la vida de alegría y de sentido. Quisiera decírselo especialmente a los más jóvenes que, también por su edad y por la visión de futuro que se abre ante sus ojos, saben ser disponibles y generosos. A veces las incógnitas y las preocupaciones por el futuro y las incertidumbres que afectan a la vida de cada día amenazan con paralizar su entusiasmo, de frenar sus sueños, hasta el punto de pensar que no vale la pena comprometerse y que el Dios de la fe cristiana limita su libertad. En cambio, queridos jóvenes, no tengáis miedo a salir de vosotros mismos y a poneros en camino. El Evangelio es la Palabra que libera, transforma y hace más bella nuestra vida. Qué hermoso es dejarse sorprender por la llamada de Dios, acoger su Palabra, encauzar los pasos de vuestra vida tras las huellas de Jesús, en la adoración al misterio divino y en la entrega generosa a los otros. Vuestra vida será más rica y más alegre cada día.

La Virgen María, modelo de toda vocación, no tuvo miedo a decir su «fiat» a la llamada del Señor. Ella nos acompaña y nos guía. Con la audacia generosa de la fe, María cantó la alegría de salir de sí misma y confiar a Dios sus proyectos de vida. A Ella nos dirigimos para estar plenamente disponibles al designio que Dios tiene para cada uno de nosotros, para que crezca en nosotros el deseo de salir e ir, con solicitud, al encuentro con los demás (cf. Lc 1,39). Que la Virgen Madre nos proteja e interceda por todos nosotros.

(from Vatican Radio)