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El Cardenal Kasper sobre la Amoris laetitia. Entrevista

El Card. Kasper profundiza sobre el debate creado entorno a Amoris Laetitia

«Los fieles han entendido bien el mensaje del Papa. No es ninguna herejía», explica el purpurado entrevistado por Alessandro Gisotti

Ciudad del Vaticano

El cardenal Walter Kasper acaba de cumplir 85 años, presidente emérito del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y teólogo de fama internacional, el purpurado alemán ha presentado en Roma, junto con el Arzobispo Vincenzo Paglia, su último libro “El Mensaje de Amoris Laetitia. Un debate fraterno”.

En entrevista para Vatican News, el Cardenal Kasper se detiene reflexionando sobre el debate surgido acerca de la Exhortación apostólica del Papa Francisco y los frutos de Amoris Laetitia para la familia.

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P.- Cardenal Kasper, en las primeras páginas de su libro, usted subraya que Amoris Laetitia no es una doctrina nueva, sino una renovación creativa de la tradición. ¿Podría explicar este punto?

R.- La tradición no es un lago estancado, sino como un manantial, un río que fluye: es una cosa viva. La Iglesia es un organismo vivo y así se debe traducir la siempre válida tradición católica en la situación actual. Este es el sentido de la actualización de la que hablaba Juan XXIII.

P.- El subtítulo de su libro es “Un debate fraterno”. Escribe además, que no hay que tener miedo de los debates, pero añade que “no hay espacio para la acusación de herejía”. ¿Qué cosa le llama la atención de este debate tan acalorado que ha surgido tras la publicación de Amoris Laetitia?

R.- Antes que nada me gustaría decir que los debates en la Iglesia son necesarios, no hay que tenerles miedo. Sin embargo, en este caso se trata de una polémica demasiado fuerte con una acusación de herejía. Hay que tener en cuenta que una herejía es una tenaz postura que niega un dogma formulado. El Papa Francisco no pone en duda en ningún momento la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio. Antes de decir que se trata de una herejía haría falta preguntarse cómo entiende el otro esta afirmación.

P.- Precisamente hablando del punto 351 de Amoris Laetitia sobre la admisión a los sacramentos de los divorciados y vueltos a casar, usted afirma en su libro que esta nota debe ser leída a la luz del Decreto del Concilio de Trento sobre la Eucaristía. ¿Por qué motivo?

R.- El Concilio de Trento dice que en caso de que no haya pecado grave, sino de naturaleza venial, la Eucaristía quita este pecado. Pecado es un término complejo. No es sólo el precepto objetivo sino también la intención, la conciencia de la persona, y hay que mirar en el interior- en el sacramento de la confesión- si existe un pecado grave, un pecado venial o nada. Si se trata de un pecado venial, la persona puede recibir la absolución y de paso la admisión del sacramento de la Eucaristía. Esto se corresponde también con la doctrina del Papa Juan Pablo II y en este sentido el Papa Francisco continúa sobre la misma huella marcada por el Pontífice precedente. Por eso no veo ninguna razón para decir que esto es una herejía.

P.- Según usted, ¿cuál es la ayuda más grande que Amoris Laetitia ofrece a las familias de hoy? ¿Cómo se puede poner en práctica este documento en la vida diaria de las familias?

R.- Conozco algunas parroquias, también aquí en Roma, que organizan encuentros con casados o solteros que se están preparando para el matrimonio y que leen algunos framentos de esta exhortación apostólica. El lenguaje de este documento está tan claro que todo cristiano lo puede entender. No es una alta teología incomprensible para la gente. El Pueblo de Dios está muy contento con este documento porque da espacio a la libertad, pero interpreta también la sustancia del mensaje cristiano en un lenguaje comprensible.

P.- ¿Por qué según usted, la misericordia es tan importante en el Pontificado del Papa Francisco, incluso mirando hacia el mundo de las familias?

R.- Hoy en día vivimos en un tiempo de violencia inaudita. Muchas personas están heridas, también en los matrimonios hay muchas heridas. La gente necesita de la misericordia, de la empatía, de la simpatía de la Iglesia en estos tiempos difíciles en los que vivimos. Pienso que la misericordia es la respuesta a las señales de nuestro tiempo.

 


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El nuevo matrimonio de los divorciados. Orientaciones.

Segundas nupcias: indicaciones para discernir caso a caso

La instrucción pastoral del obispo de Albano, Semeraro: un documento para aplicar “Amoris laetitia”, preparado con los sacerdotes y compartido por ellos

La Eucaristía

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Pubblicato il 03/03/2018
ANDREA TORNIELLI
ROMA

Es una instrucción pastoral que se titula “Alégrense conmigo”, dedicada a «Acoger, discernir, acompañar e integrar en la comunidad eclesial a los fieles que se han divorciado y que han vuelto a casarse por lo civil». La está distribuyendo en estos días el obispo de Albano, Marcelo Semeraro, que es secretario del C9 (el consejo de cardenales que ayuda al Papa en la reforma de la Curia y en el gobierno de la Iglesia universal). Las peculiaridades del documento son dos: se trata de una instrucción bien delineada sobre el tema –descrito en el subtítulo– y al mismo tiempo bien documentada que, a pesar de no adentrarse en ninguna casuística, describe precisas líneas de principios generales. Es un documento que surgió de una experiencia sinodal diocesana, en la que estuvo involucrado todo el clero.

 

Semeraro recuerda que en las conversaciones con sus sacerdotes surgió el dato sobre el número de los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil que viven «en fidelidad su relación conyugal y también con abnegación». Por ello, el obispo de Albano eligió no llevar a cabo «un recorrido solitario, sino cumplir uno nuevamente sinodal». Y pidió que el consejo presbiterial dedicara todas las sesiones ordinarias del año pastoral 2016-2017 «a la reflexión, a la profundización y al discernimiento sobre las formas de concreta respuesta a los fieles divorciados que se han vuelto a casar por lo civil presentes en nuestras comunidades y a nuestros hermanos y hermanas que piden una palabra de consolación y orientación». Los contenidos de estas reflexiones fueron compartidos y discutidos con todo el clero.

 

« Nos dimos cuenta de que la acogida y la integración de quien se acerca con el deseo de volver a ser admitido a la participación de la vida eclesial –escribió Semeraro– implica un congruente tiempo de acompañamiento y de discernimiento , que varía según las situaciones. Esperar, por lo tanto, una nueva normativa general de tipo canónico, igual para todos, está completamente fuera de lugar».

 

 

La instrucción precisa bien que, con respecto al acceso a los sacramentos, no se trata de «pensar en un “derecho” adquirido indistintamente por todos los que se encuentran en la situación específica de ser divorciados que se han vuelto a casar por lo civil. Más bien, se debe hablar, por nuestra parte, de acoger a la persona (y a la pareja) que no solo vive en una relación concreta, sino que también haya construido en el tiempo una familia. Sin embargo, estas personas piden recorrer un camino de fe propio, empezando por la conciencia de la propia situación ante Dios, poniéndose a disposición para identificar lo que obstaculiza la posibilidad de una plena participación en la vida de la Iglesia y aceptando dar los pasos posibles para favorecer y hacer que crezca la integración dentro de ella». Es decir, para discernir es necesario acercarse e involucrarse.

 

El obispo, el párroco o el confesor no deben conceder «de ninguna manera una especie de permiso para acceder a la comunidad de los fieles, o simplemente poder comulgar. Esta aclaración es de capital importancia, para que no se alimenten equívocos en la opinión pública que, mediante algunos medios de comunicación, simplifica el argumento con un categórico: “todos los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil pueden acceder a los sacramentos”. Planteada en estos términos, la cuestión despista radicalmente con respecto al objetivo de nuestra acción pastoral».

 

Se necesita, por el contrario, «una acogida real de las personas, dedicando un congruente tiempo a conocerlas». Siempre teniendo en cuenta que los divorciados que viven en segundas nupcias pueden encontrarse en situaciones muy diversas, que, como afirma “Amoris laetitia”, «no deben ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas, sin dejar espacio a un adecuado discernimiento personal y pastoral». Esto implica, escribió Semeraro, «la capacidad de leer la historia personal de cada uno a la luz de la Palabra y en el amplio contexto de la misericordia de Dios».

 

El documento plantea algunas «premisas indispensables». La primera es que «no se trata de una nueva unión que provenga de un reciente divorcio, con todas las consecuencias de sufrimiento y confusión que afectan a los hijos y a familias enteras, o la situación de alguien que repetidamente ha faltado a sus compromisos familiares. Debe quedar claro que este no es el ideal que el Evangelio propone para el matrimonio ni para la familia». La segunda es que se garanticen «las necesarias condiciones de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios». Por ello hay que excluir «a los ostentan la propia situación irregular y de objetivo pecado, casi dando a entender que su situación no va en contra del ideal cristiano, o que ponen los propios deseos individuales por encima del bien común de la Iglesia, o, peor aún, pretenden seguir un recorrido cristiano diferente del que enseña la Iglesia».

 

También es importante, según la instrucción, que «haya una habitual participación en la vida de la comunidad parroquial, empezando por ese signo externo de presencia que es la participación en la misa dominical, mucho mejor si va acompañada de otras formas de presencia y de servicio (por ejemplo en las actividades de la Caritas parroquial, en la asistencia a los enfermos, en las actividades del oratorio, en grupos familiares u otros ámbitos de vida comunitaria)».

 

En relación con el matrimonio anterior, los divorciados que hayan contraído segundas nupcias «deberían preguntarse cómo se han comportado con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo intentos de reconciliación; cómo es la situación del “partner” abandonado; cuáles consecuencias tiene la nueva relación en el resto de la familia». Recordando los casos citados en “Amoris laetitia” de quienes «han hecho grandes esfuerzos para salvar el primer matrimonio y han sufrido un abandono injusto, o el de los que han contraído una segunda unión en vista de la educación de los hijos, y, a veces, están subjetivamente seguros, en conciencia, de que el matrimonio anterior, irreparablemente destruido, nunca había sido válido».

 

En relación con la segunda unión, la instrucción exige que se consolide en el tiempo, «con nuevos hijos, con demostrada fidelidad, dedicación generosa y compromiso cristiano, la conciencia de la irregularidad de la propia situación y la gran dificultad para volver atrás sin sentir, en conciencia, que se incurriría en nuevas culpas».

 

Para el discernimiento, escribe el obispo de Albano, «es decisiva y discriminante la explícita referencia a la voluntad de Dios que debe cumplir aquí y ahora el concreto sujeto que discierne y opera. Se trata, efectivamente, que discierne y obra. Se trata, de hecho, de reconocer la voz y la obra de Dios en la propia vida y en la propia historia con el fin de responderle y dando la propia vida lo más posible conforme a su voluntad, conocida y amada». Es muy importante, continúa la instrucción, verificar inmediatamente esta condición, indispensable para que se pueda poner en marcha un discernimiento espiritual. Uno de los datos que atestan la presencia de esta disposición, interior y exterior, de búsqueda de la voluntad de Dios y de amor a la Iglesia, es la decisión de dejarse guiar en el discernimiento por una persona experta, sabia e idónea».

 

Semeraro también se refiere al tema del “escándalo” que toca a los demás fieles. «Teniendo que sopesar si determinado acto es o no “de escándalo”, no se puede descuidar la pregunta de si quien actúa tiene la voluntad de inducir a los demás a pecar… Como se ve, siempre se trata de componer armoniosamente elementos de orden objetivo y otros de orden subjetivo». Por lo tanto, parece bastante arriesgado «considerar a priori “escandalosos” (o sea impulsados por la voluntad de inducir a los demás a pecar) a cuantos hayan afrontado, en medio de tantos sufrimientos y nunca con ligereza, profundas laceraciones en sus vidas de pareja. Quien está, o haya estado, cerca de estos dramas familiares y personales es testimonio de los dolores y de las angustias que afligen a los que están involucrados». El obispo insiste en que “Amoris laetitia” «nunca se refiere a un “permiso” generalizado para acceder a los sacramentos por parte de todos los divorciados que se han vuelto a casar por lo civil; tampoco dice que el camino de conversión comenzado por aquellos que lo deseen deba necesariamente llevar al acceso a los sacramentos».

 

A la luz de todas estas premisas, «es tarea y deber del sacerdote: indicar al fiel el horizonte moral de la vida cristiana; ayudar a la persona a comprender qué depende y qué no de ella en la situación que está viviendo en ese momento; subrayar cuál es el ámbito de sus responsabilidades concretas; sostener y orientar a la persona hacia los recursos espirituales necesarios para la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y para conformarse a ella».

 

Entonces, el sacerdote debe «proponer los posibles pasos que dar siempre teniendo en cuenta los condicionamientos y las circunstancias atenuantes que pueden limitar y comprometer la libertad en las elecciones y la capacidad de decisión. No hay que olvidar que la imputabilidad y la responsabilidad de una acción pueden ser disminuidas o anuladas por la ignorancia, por el descuido, por la violencia, por el temor, por los hábitos, por los afectos no oportunos y otros factores psíquicos o sociales».

 

Hay que «estar conscientes de que ya no es posible decir que todos los que se encuentren en alguna de las llamadas situaciones “irregulares” viven en un estado de pecado mortal, privados de la gracia santificante», como afirma “Amoris laetitia”. De la misma manera, hay que actuar teniendo cuidado para que no pase la idea equivocada de que «una posible admisión a los sacramentos sea un simple “pro forma” ni que cualquier situación puede justificar tal decisión. Debemos aprender a tener la paciencia de evaluar la realidad de vez en vez y caso a caso, dedicando tiempo y tomando decisiones por grados».

 

El obispo de Albano cierra el documento con un texto de san Agustín, en el que se lee: «Si despiertas tu fe y consideras qué es realmente Cristo, y atiendes no solo a lo que hizo, sino también a lo que sufrió, entonces verás que Él fue fuerte, claramente, pero también fue débil: tuvo la fuerza del Hijo de Dios y la debilidad del ser verdadero hombre. Él, luego, es la cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo. He aquí el Cristo total: cabeza y cuerpo. Por ello, también la Iglesia incluye en sí, como Cristo, a fuertes y débiles; tiene dentro de sí a quienes se nutren de pan sustancioso y a quienes todavía deben ser alimentados con leche. Lo mismo sucede con los sacramentos: al recibir el Bautismo y al acercarse a la mesa del altar en la iglesia se mezclan justos y pecadores, porque el cuerpo de Cristo es como la era, en donde hay grano y paja. Solamente será granero en el futuro, pero ahora, en tanto era, no rechaza de sí la paja…». «En cuanto era –concluye Semeraro–, ahora la Iglesia no rechaza de sí la paja. Es cuanto debemos hacer hoy».


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El Card. Muller sobre la encíclica «Amoris laetitia». Entrevista

 

Müller: “El libro de Buttiglione ha disipado las dudas de los cardenales”

Entrevista con el purpurado sobre “Amoris laetitia” y la posibilidad de dar los sacramentos a quienes viven en segundas nupcias: «Debemos conectar la palabra salvación de Dios con la situación concreta excluyendo tanto el legalismo como el individualismo auto-referencial»

El cardenal Gerhard Ludwig Müller

 

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Pubblicato il 30/12/2017

Ultima modifica il 30/12/2017 alle ore 23:59

ANDREA TORNIELLI

CIUDAD DEL VATICANO

 

Las palabras más significativas que recibió para sus 70 años fueron las quele dedicó el Papa emérito Benedicto XVI: el cardenal Gerhard Ludwig Müller «ha defendido las claras tradiciones de la fe, pero en el espíritu del Papa Francisco», «ha tratado de entender cómo pueden ser vividas hoy». Y precisamente hacia esta dirección se dirigía la densa y articulada introducción que el purpurado alemán quiso escribir para apoyar la iniciativa del filósofo Rocco Buttiglione, quien reunió en un volumen recién publicado sus ideas para una lectura de “Amoris laetitia” más allá de los opuestos extremismos y al mismo tiempo consciente del paso que se ha dado. Desde hace ya muchos años, primero como cardenal y después como Papa, Joseph Ratzinger se ha referido al problema que representan los cada vez más numerosos matrimonios celebrados sin fe y sin la conciencia del sacramento. Un problema del que el mismo Müller se ocupó en una carta pastoral publicada cuando comenzó su episcopado en Regensburg. En esta entrevista con Vatican Insider, el cardenal vuelve a hablar sobre las “dudas” de los cardenales y profundiza algunos de los pasajes de la introducción al libro de Buttiglione.

 

Eminencia, ¿por qué ha apoyado el libro del filósofo Rocco Buttiglione sobre “Amoris laetitia”?

 

La intención de mi amigo Rocco Buttiglione en este libro es la de ofrecer respuestas competentes a preguntas formuladas de manera competente. Yo he querido apoyar esta contribución a un diálogo honesto sin facciosidades y sin polémicas. En alemán hay un dicho: “quien quiere pacificar acaba golpeado por ambas partes”. Pero creo que debemos aceptar este riesgo por amor a la verdad del Evangelio y a la unidad de la Iglesia.

 

¿Usted cree que el libro del profesor Buttiglione ha respondido a las famosas “dudas” formuladas por los cuatro cardenales?

 

Estoy convencido de que ha disipado las dudas de los cardenales y de muchos católicos que temían que en “Amoris laetitia” se hubiera alterado sustancialmente la doctrina de la fe tanto sobre la manera válida y fecunda de recibir la santa comunión como sobre la indisolubilidad del un matrimonio válidamente contraído entre bautizados.

 

La impresión que se tienen al leer el texto de las cinco “dudas” de los cardenales es que no se trata de verdaderas preguntas, es decir dudas expresadas para tener una respuesta positiva o negativa, sino más bien de preguntas un poco retóricas que conducen hacia una dirección establecida de antemano. ¿Qué piensa al respecto?

 

Siempre que he expresado mis posiciones, que me las han pedido desde muchas partes, he tratado de superar las polarizaciones y una manera de pensar por campos contrapuestos. Por ello, el profesor Buttiglione me pidió una introducción para su libro titulada “Por qué se puede y se debe interpretar «Amoris laetitia» en sentido ortdoxo”. Pero ahora ya no debemos perder más tiempo con la cuestión de la manera en la que entramos a esta situación llena de tensiones, sino concentrarnos más bien en la manera para salir de ella. Necesitamos más confianza y atención benévola los unos por los otros. Como cristianos, nunca debemos dudar de la buena voluntad de nuestros hermanos, sino que “cada uno de ustedes, en toda humildad, considere a los demás superiores a sí mismo” (Fil. 2,3); así el Apóstol nos amonesta para que tengamos todos los mismos sentimientos en el amor.

 

En la introducción al libro de Buttiglione usted habla por lo menos de una excepción en relación con los sacramentos para quienes viven en segundas nupcias, la que tiene que ver con los que no pueden obtener la nulidad matrimonial en el tribunal pero están convencidos, en consciencia, de la nulidad del propio matrimonio. Esta hipótesis ya fue considerada, en el año 2000, por el entonces cardenal Joseph Ratzinger. En este caso, ¿se puede abrir la vía a los sacramentos? ¿“Amoris laetitia” podría ser considerada como un paso más de aquella posición?

 

Frente a la a menudo insuficiente instrucción de la doctrina católica, y en un ambiente secularizado, se plantea el problema de la validez incluso de matrimonios celebrados según el rito canónico. Existe un derecho natural de contraer un matrimonio con una persona del sexo opuesto. Esto también vale para los católicos que se han alejado de la fe o que solamente han mantenido un vínculo superficial con la Iglesia. ¿Cómo considerar la situación de los católicos que no aprecian la sacramentlaidad del matrimonio cristiano o incluso la niegan? Sobre esto, el cardenal Ratzinger quería que hubiera reflexión, sin tener una solución bonita y lista. No se trata de construir artificialmente un pretexto para poder dar la comunión. Quien no reconoce o no toma en serio el matrimonio como sacramento en el sentido en el que lo considera la Iglesia no puede tampoco, y esto es lo más importante, recibir en la santa comunión a Cristo, que es el fundamento de la gracia sacramental del matrimonio. Aquí debería estar antes que nada la conversión al misterio de la fe entero. Solo a la luz de estas consideraciones un ben pastor puede aclarar la situación familiar y matrimonial. Es posible que el penitente esté convencido, en conciencia y con buenas razones, de la invalidez del primer matrimonio incluso sin poder ofrecer la prueba canónica. En este caso, el matrimonio válido frente a Dios sería el segundo y el pastor podría conceder el sacramento, claro, con las precauciones oportunas para no escandalizar a la comunidad de los fieles y no debilitar la convicción sobre la indisolubilidad del matrimonio.

 

Estamos frente a un número cada vez mayor de casos de matrimonios celebrados sin verdadera fe entre personas que después de pocos años (a veces incluso meses) se dejan. Y tal vez después de haber contraído una nueva unión civil, encuentran verdaderamente la fe cristiana y emprenden un camino. ¿Cómo hay que comportarse en estos casos?

 

Aquí todavía no tenemos una respuesta consolidada. Pero deberíamos desarrollar criterios sin caer en la trampa de la casuística. En teoría, es bastante fácil definir la diferencia entre un no creyente bautizado y un “cristiano solo de nombre”, que llega más tarde a la plenitud de la fe. Es más difícil verificar esto en la concreta realidad de cada una de las personas en el peregrinaje de sus vidas. Fiel a la Palabra de Dios, la Iglesia no reconoce ninguna ruptura del vínculo matrimonial y, por lo tanto, ninguna división. Un matrimonio sacramental válido frente a Dios y ante la Iglesia no puede ser roto ni por los esposos ni por las autoridades de la Iglesia y, naturalmente, tampoco por un divorcio civil y un nuevo matrimonio. Es diferente el caso, que ha hemos citado, de un matrimonio inválido desde el principio por la falta de un verdadero consenso. Aquí no se rompe o no se considera irrelevante un matrimonio válido. Se reconoce simplemente lo que parecía ser un matrimonio cuando en realidad no lo es.

 

 

En su introducción al libro de Buttiglione, usted habla también sobre la reducida imputabilidad de la culpa de quien «no sea capaz de satisfacer todas las exigencias de la ley moral». ¿Qué significa?

 

El pecado mortal nos quita la vida sobrenatural en la gracia. Su principio formal es la voluntad de contradecir la santa voluntad de Dios. A ello se suma la “materia” de acciones en grave conflicto con la doctrina de la fe de la Iglesia y su unidad con el Papa y los obispos, la santidad de los sacramentos y los mandamientos de Dios. El católico no puede excusarse diciendo que no sabía todas estas cosas. Pero existen personas que, sin una culpa grave propia, no han recibido una suficiente instrucción religiosa y viven en un ambiente espiritual y cultural que pone en peligro el “sentiré cum Ecclesia”. Aquí se necesita un bien pastor que, esta vez, no rechace a los lobos con su bastón, sino, según el modelo del Buen Samaritano, derrame aceite y vino en las heridas, y acoja al herido en esa posada que es la Iglesia.

 

En su introducción, usted recordó también la doctrina tradicional, según la cual «para la imputabilidad de la culpa en el juicio de Dios hay que considerar los factores subjetivos como la plena conciencia y el deliberado consenso en la grave falta contra los mandamientos de Dios». Entonces, ¿puede haber algunos casos en los que, al faltar la plena conciencia y el deliberado consenso, la imputabilidad sea reducida?

 

Quien, en el sacramento de la Penitencia, pide la Reconciliación con Dios y con la Iglesia debe confesar todos los pecados graves de los que se acuerde después de un profundo examen de conciencia. Solamente Dios puede medir la gravedad de los pecados cometidos en contra de sus mandamientos, porque solo Él conoce el corazón de los hombres. Las circunstancias, conocidas solamente por Dios, que disminuyen la culpa y la pena frente a su tribunal, son de tipo diferente de las que se pueden juzgar desde el exterior, como las que pueden poner en entredicho la validez de un matrimonio. La Iglesia puede administrar los sacramentos como instrumento de la gracia solo conforme a la manera en la que Cristo los instituyó. Santo Tomás de Aquino distingue el sacramento de la penitencia de la eucaristía en cuanto la primera es una medicina que purifica (purgativa), mientras la segunda es una medicina que edifica (confortativa). Si se intercambian se daña al enfermo o al sano. Quien se acuerde de un pecado grave primero debe recibir el sacramento de la penitencia. Por ello es necesario el arrepentimiento y el propósito de evitar las próximas ocasiones de pecado. Sin esto no se da el perdón sacramental. Esta es, de cualquier manera, la doctrina de la Iglesia. En la introducción al libro de Buttiglione cité también los pasajes relevantes del magisterio más autorizado. Sin embargo, los creyentes también tienen derecho a un acompañamiento atento que corresponda a su itinerario personal de fe. En el acompañamiento pastoral y, sobre todo en el sacramento de la penitencia, el sacerdote debe ayudar en el examen de conciencia. El creyente no puede decidir solo, en consciencia, si reconocer o no los mandamientos de Dios como justos y vinculantes para él. En cambio, debemos examinar en consciencia nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras obras y nuestras omisiones a la luz de Su santa voluntad. En lugar de justificarnos solos, debemos rezar humildemente a Dios y “con espíritu contrito” (Salmo 51,19) por el perdón de los pecados que no sabemos que hemos cometido. Solo así es posible un nuevo inicio.

 

¿Cómo se superan los peligros opuestos del subjetivismo y del legalismo? ¿Cómo se pueden considerar los casos concretos individuales, a veces dramáticos?

 

En la visión católica, la consciencia del individuo, los mandamientos de Dios y las autoridades de la Iglesia no están aislados unos de otros, sino que están unos con otros en una conexión interior atentamente calibrada. Esto excluye tanto un legalismo como un individualismo auto-referencial. No es nuestra tarea justificar una nueva unión que se parece a un matrimonio con una persona que no sea el cónyuge legítimo. No se nos permite considerar “mundanamente” que Jesús no puede haber tomado en serio la indisolubilidad del matrimonio o que esta no pueda ser pretendida por el hombre de hoy que, debido a la extensión de la duración de la vida, no puede resistir tanto tiempo con un único cónyuge. Pero hay situaciones dramáticas en las que es difícil encontrar una salida. Aquí el buen pastor distingue cuidadosamente las condiciones objetivas de las subjetivas y da un consejo espiritual. Pero él no puede erguirse como Señor sobre la conciencia de los demás. Aquí debemos conectar la palabra de salvación de Dios, que en la doctrina de la Iglesia solo se trasmite, con la situación concreta, en la que se encuentra el hombre en su peregrinaje. Es bueno recordar también el antiguo principio según el cual el confesor no debe turbar la conciencia del penitente en buena fe antes de que este haya crecido en la fe y en la conciencia de la doctrina cristiana hasta el punto de reconocer el propio pecado, y formular el propósito de no cometerlo más. Entre la obediencia a Cristo Maestro y la imitación del Buen Pastor no hay un o-o, sino un e-e.

 

Las líneas guía pastorales-aplicativas de “Amoris laetitia” de los obispos de la región de Buenos Aires, elogiadas por el Pontífice, fueron publicadas en “Acta Apoatolicae Sedis”. ¿Qué le parecen?

 

Esta es una cuestión sobre la que no me gustaría ofrecer ningún juicio. En mi prefacio al libro de Buttiglione hablé en general de la relación entre el magisterio papal y la autoridad de las directivas pastorales de los obispos diocesanos. No se trata de decisiones dogmáticas o de una especie de evolución del dogma. Solamente se trata de una posible práctica de la administración de los sacramentos, puesto que en casos tan graves el sacramento de la penitencia debe anteceder poder recibir la comunión. Pero al respecto habría que recordar que, según la fe católica, el sacrificio eucarístico, la santa misa, no se puede recibir a recibir (con la boca) la comunión. El Concilio de Trento habla de una triple modalidad para recibir el sacramento: según el deseo (“in voto”); recibir con la boca la santa hostia (la comunión sacramental); la íntima unión de gracia con Cristo (la comunión espiritual).

 

 

 

El volumen de Rocco Buttiglione “Respuestas amigables a los críticos de «Amoris laetitia»” (Ares, 208 pp.). El filósofo responde a quienes critican al Papa Francisco, a las “dudas” y a la “correctio filialis”. El libro comienza con una introducción del cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

 

Müller, Buttiglione y la “confusión” de los críticos del Papa

 

“He aquí la desviación en la que caen los críticos de Amoris laetitia”


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Sobre la Amoris laetitia, aclaración del prof. Buttiglione.

“He aquí la desviación en la que caen los críticos de Amoris laetitia”

El filósofo Buttiglione continúa su «amigable» discusión con quienes atacan al Papa: «La de la exhortación es una doctrina monolíticamente tradicional, existen casos en los que los divorciados que se han vuelto a casar pueden ser admitidos a los sacramentos»
LAPRESSE

El filósofo Rocco Buttiglione

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Pubblicato il 20/11/2017
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO

«Existen algunos casos en los que divorciados que se han vuelto a casar pueden ser considerados en la gracia de Dios. Parece una novedad desconcertante, pero es una doctrina monolíticamente tradicional. En los críticos de “Amoris laetitia” surge una desviación nueva: Es el objetivismo en la ética». El filósofo Rocco Buttiglione, amigo de Juan Pablo II y autor del libro que defiende la exhortación de Francisco sobre el matrimonio y la familia, publicación que lleva un prefacio del cardenal Gerhard Luwig Müller, desde Vatican Insider continúa su discusión «amigable» con quienes critican al actual Pontífice. Identificando la «desviación» en la que corren el riesgo de caer muchos de los que se oponen a «Amoris laetitia».

 

El prefacio del cardenal Müller a su libro fue recibido con embarazo por parte de los críticos más encendidos contra el Papa, que después de algunos días (por ejemplo, mediante títulos forzados como «Nunca habló sobre excepciones a la comunión para los divorciados que se han vuelto a casar») han tratado de disminuir lo que escribió el purpurado. Quien, por el contrario, como se puede leer en el texto, puso algunos ejemplos de posibilidades para admitirlos. ¿Qué le parece?

 

Creo que, gracias a mi libro y al prefacio del cardenal Müller, por primera vez los críticos se han visto obligados a responder y no pueden negar un punto: existen circunstancias atenuantes en fuerza de las cuales un pecado mortal (un pecado que de lo contrario sería mortal) se convierte en un pecado más leve, solamente venial. Existen, pues, algunos casos en los que los divorciados que se han vuelto a casar pueden (por el confesor y un adecuado discernimiento espiritual) ser considerados en la gracia de Dios y, por lo tanto, merecedores de recibir los sacramentos. Parece una novedad desconcertante, pero es una doctrina completamente, osaría decir, monolíticamente tradicional.

 

Algunos objetan que estos casos son pocos…

 

El Papa no dice que sean muchos, y probablemente serán poquísimos en ciertos contextos y más numerosos en otros. Las circunstancias atenuantes son, efectivamente, la falta de la plena advertencia y del deliberado consenso. En una sociedad completamente evangelizada se puede presumir que los que no tienen la plena advertencia de los rasgos propios del matrimonio cristiano son muy pocos o no existen. En una sociedad en vías de evangelización, estos casos serán más numerosos. ¿Y en una sociedad ampliamente descristianizada? No lo sabría. Aunque los casos fueran muy pocos, los pasos incriminados de «Amoris laetitia» serían perfectamente ortodoxos y muy grave sería la culpa de los que han acusado de herejía al Papa: calumnia, cisma y herejía. A menos que, como espero y creo, no haya que concederles los atenuantes de la falta de plena advertencia y deliberado consenso.

 

Usted conoce a Müller desde hace tiempo: ¿cuál es el significado de las palabras que ha escrito en el prefacio a su libro?

 

El cardenal Müller es un gran teólogo; seguramente uno de los más grandes teólogos de la generación que no participó directamente en el Concilio Ecuménico Vaticano II. Ha vivido incomprensiones y dificultades en la relación con la Curia e incluso con el Santo Padre, que no le renovó como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Muchos disidentes esperaban convertirlo en el propio guía en el camino que lleva hacia el cisma. Con el prefacio a mi libro, el cardenal nos ofrece un parecer «pro veritate» sobre la ortodoxia de la doctrina de «Amoris laetitia». Pero también hay, evidentemente, algo más: cuando el Pontífice es atacado en el terreno de la fe y de la moral cristiana, Müller, como católico y como cardenal, se siente en el deber de intervenir para defenderlo (sean cuales sean las incomprensiones o las divergencias personales, verdaderas o presuntas). Él mismo escribió, por lo demás, una obra monumental sobre el Papa, que es también un gran testimonio de amor por el papel del Obispo de Roma en la Iglesia. Incluso si fuera verdad que el cardenal Müller no está de acuerdo con algunos aspectos de la línea pastoral del Papa, esto no le restaría nada al valor de su testimonio: se puede no estar de acuerdo y ser fiel. El desacuerdo leal es una riqueza; las acusaciones de herejía, las calumnias, los llamados al cisma, el fanatismo que erosiona la actitud fundamental de confianza y estima, debida al Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, es completamente diferente.

 

Usted sigue sosteniendo que «Amoris lateitia» representa un desarrollo de la «Familiaris consortio» y no una ruptura con la exhortación de Juan Pablo II. ¿Por qué?

 

Hay un fundamento teológico común: aceptar la distinción entre el pecado mortal y el pecado venial, el reconocimiento de que para que haya un pecado mortal es necesaria la plena advertencia y el deliberado consenso; el reconocimiento de que las situaciones sociales en las que una persona vive pueden obstaculizar poderosamente el reconocimiento de la verdad y provocar que se obre mal sin darse cuenta plenamente o incluso que sea coartada y comprometida la libertad de hacer el bien. Todas estas cosas se encontraban ya en «Familiaris consortio» (y en «Reconciliatio et paternita») antes de llegar a «Amoris laetitia». Con esta base común se toman dos decisiones disciplinarias diferentes. San Juan Pablo II, para defender en la conciencia del pueblo fiel y, sobre todo, de los más pequeños la conciencia de la indisolubilidad del matrimonio, prohíbe que los divorciados que se han vuelto a casar puedan recibir la comunión, a menos que no se preparen o no se comprometan a renunciar a las relaciones sexuales. No dice que en su caso no puede haber atenuantes subjetivas, no niega que en algunos casos pueden estar en la gracia de Dios. Dice simplemente que el escándalo objetivo que ellos provocan es demasiado grande como para que puedan ser admitidos a los sacramentos. El Papa Francisco, en cambio, dice que deben ser admitidos a la penitencia como todos los demás pecadores. Que vayan al confesor, confiesen sus pecados, expongan las circunstancias atenuantes, si las tienen, y el confesor les dará la absolución, si existen las condiciones para poderla dar. Probablemente el Papa Francisco considera que, por lo menos en algunas sociedades, la conciencia de la indisolubilidad del matrimonio ya se ha perdido en la conciencia popular, y que ya es inútil cerrar el establo, pues los bueyes ya se han escapado. Ahora, en cambio, hay que ir a buscarlos a donde se hayan perdido para volver a llevarlos a la casa del Señor. La misma teología, dos decisiones disciplinarias diferentes, pero, en realidad, una única línea pastoral.

 

¿También han tenido un papel los diferentes contextos en los que los dos documentos fueron escritos?

 

Los que critican al Papa Francisco no recuerdan cuál era el contexto en el que se inserta «Familiaris consortio». Antes de «Familiaris consortio», los divorciados que se han vuelto a casar estaban prácticamente excomulgados. Estaban excluidos de la participación en la vida de la Iglesia, solamente eran objeto de invectiva y de condena. «Familiaris consortio» (y el nuevo Código de Derecho canónico) quita la excomunión, los invita a asistir a la misa dominical, a bautizar a sus hijos y a darles una educación cristiana, a que participen en la vida de la comunidad. El famoso párrafo 84 de «Familiaris consortio» (el que contiene la prohibición de la comunión) pone un límite en este camino. «Amoris laetitia» continúa el recorrido de la re-integración de los divorciados que se han vuelto a casar en la vida de la Iglesia. Por ello decimos que, a pesar de la diversidad disciplinaria, existe una profunda unidad de la línea pastoral entre san Juan Pablo II y Francisco. ¿Esto quiere decir que ahora los divorciados que se han vuelto a casar ya no son pecadores y que el adulterio ha dejado de ser un pecado? No, simplemente ahora los divorciados que se han vuelto a casar ya no son pecadores «extraordinarios», excluidos de la confesión. Son pecadores «ordinarios» que pueden ir a confesarse, explicar sus circunstancias atenuantes (si las tienen) y, «en ciertos casos» (pocos o muchos, no lo sabemos), recibir la absolución.

 

¿Por qué, en su opinión, la cuestión más discutida (la de la posibilidad en ciertos casos, después de un camino penitencial y un discernimiento, de administrar los sacramentos a los divorciados que se han vuelto a casar) fue relegada a una nota en el documento de Francisco?

 

Creo que el motivo es que el Papa no pretendía dictar una norma general. Hoy existen en el mundo tantos contextos y tantas situaciones diferentes que no es posible dictar una norma disciplinaria que valga para todos uniformemente. El Papa quería, en mi opinión, solamente invitar a los episcopados y a los obispos a asumir las propias responsabilidades. En contextos de cristiandad compacta, probablemente tiene sentido mantener una actitud rígida, que podría parecer priva de misericordia, pero que nace de la misericordia por los pequeños, los pobres, los indefensos que podrían ser inducidos al error. En contextos «líquidos», en los cuales los límites de las viejas estructuras se encuentran rotos, una defensa rígida no tiene sentido; hay que ir a buscar a la gente a donde se encuentre, dentro de su condición existencial. A los bautizados no evangelizados habrá que, antes que nada, proponerles el amor de Cristo. Ya llegará el tiempo para aclarar y resolver las situaciones matrimoniales. El riesgo del escándalo falló será mínimo, porque la sensibilidad al valor se ha perdido y debe ser reconstituida.

 

¿Por qué «Amoris laetitia» es acusada de acercarse a la ética situacional?

 

La ética de la situación dice que ningún comportamiento es bueno o malo por completo. Para ella cualquier comportamiento es bueno o malo según las circunstancias; la conciencia del sujeto su intención determinan el valor moral del acto. San Juan Pablo II, retomando una larga tradición que existe por lo menos desde santo Tomás de Aquino, dijo que existen actos que son intrínsecamente malvados, sea la que sea la intención del sujeto agente. Existe una intención que es necesariamente inmanente en el acto y que es diferente de la intención del sujeto agente. En conclusión: la intención subjetiva no hace bueno o malo un acto.

 

Sin embargo, ni santo Tomás ni san Juan Pablo II pretendieron negar que el lado subjetivo de la acción (la conciencia y la libertad que confluyen en la intención del sujeto) determine el nivel de responsabilidad del sujeto por su acto. Un gran amigo de Juan Pablo II (y mío) Tadeusz Styczeń decía «innocens sed nocens»: uno puede ser subjetivamente inocente pero hacer objetivamente algo equivocado y, por lo tanto, dañarse a sí mismo y a los demás. Por esto don Giussani solía decir no tengan miedo de juzgar las acciones ni de decir qué es bueno y malo; nunca se atrevan a juzgar a las personas, porque solamente Dios conoce el corazón del hombre y puede medir su nivel de responsabilidad (Dios y, tentativamente, el sujeto mismo y el confesor al que se encomienda).

 

Los críticos más acérrimos contra el actual Pontífice lo acusan de favorecer el subjetivismo…

 

A mí me parece que en los críticos de «Amoris laetitia» en realidad surge de una desviación nueva, paralela y opuesta a la ética de la situación y al subjetivismo en la ética. Esta nueva desviación es el objetivismo en la ética. Como el subjetivismo (la ética de la situación) ve solo el lado subjetivo de la acción, es decir la intención del sujeto, de la misma manera el objetivismo ve solamente el lado objetivo de la acción, es decir la materia más o menos grave. La ética católica es realista. El realismo ve tanto el lado subjetivo que el lado objetivo de la acción, y evalúa, entonces, tanto la materia grave como la plena advertencia y el deliberado consenso. Como enseña Dante Alighieri, lo contrario de un error no es la vedad, sino el error de signo contrario. La verdad es el sendero estrecho entre dos errores de signo contrario.

 

¿Por qué eligió para su libro el título «Respuestas amigables a los críticos de “Amoris laetitia”»? ¿Qué quiere decir, en este caso, «amigables»?

 

Muchos de los críticos son amigos míos. Josef Seifert es amigo de toda la vida, con el que he compartido muchas batallas y un gran trabajo en el campo de la filosofía, en el que ha ofrecido contribuciones de gran relevancia. A Roberto de Mattei lo conozco desde hace cuarenta años, cuando estábamos juntos en el Instituto de Historia y Política de la Universidad de Roma, él como asistente de Saitta y yo de Del Noce. Lo defendí cuando, como presidente del CNR, fue atacado por sus posturas en materia de evolución. Traté de mantener la polémica dentro de los límites del respeto, del reconocimiento recíproco de la buena fe, del espíritu de búsqueda de la verdad y les agradezco porque trataron de seguir la misma regla.


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Comentario al texto de Müller sobre la Amoris laetitia.

Lo que es tradicional: las posibilidades de los sacramentos a los “irregulares”

El cardenal Müller apoya las reflexiones del profesor Buttiglione sobre «Amoris Laetitia» y recuerda lo que enseña la teología a propósito de las circunstancias atenuantes

La exhortación aspotólica «Amoris Laetitia»

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Pubblicato il 30/10/2017
Ultima modifica il 30/10/2017 alle ore 07:55
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO

El amplio ensayo que escribió el cardenal Gerhard Ludwig Müller como prefacio para el libro que reúne los artículos y las reflexiones del profesor Rocco Buttiglione sobre la exhortación aspotólica «Amoris Laetitia» (ediciones Ares, que saldrá en las librerías italianas el 10 de noviembre de 2017) marca un paso importante en la discusión no siempre equilibrada que surgió con la publicación del documento papal. Como se lee en el largo fragmento anticipado por Vatican Insider, el purpurado alemán se aleja decididamente de los contenidos de la «correctio filialis» que atribuye al Pontífice presuntas «herejías» y responde a los cinco «dubia» que publicaron hace un año cuatro cardenales.

 

Antes que nada, Müller considera que Buttiglione, «como un auténtico católico de comprobada competencia en el campo de la teología moral», ofrece con sus recientes artículos y ensayos «una respuesta clara y convincente» a algunos pasajes del octavo capítulo de la «Amoris Laetitia». Las palabras que siguen son aún más esclarecedoras: «Con base en los criterios clásicos de la teología católica, ofrece una respuesta razonada y nada polémica a los cinco “dubia” de los cardenales» y demuestra que los reproches de quienes afirman que el Papa no presenta correctamente la doctrina no corresponden con la realidad».

 

El cardenal insiste en que existen «diferentes niveles de gravedad según el tipo de pecado». No siempre, añadimos nosotros, esta conciencia tiene cabida en quienes se han dedicado a hacerle exámenes de doctrina al Papa: basta recordar, por ejemplo, en esos pecados, citados en el Catecismo de san Pío X, que «claman venganza en presencia de Dios» (en el nuevo Catecismo de la Iglesia católica se dice que «claman hacia el cielo») y son: «el homicidio voluntario», el «pecado impuro contra el orden de la naturaleza»; «la opresión de los pobres» y el «defraudar la merced a los obreros» (o, en tiempos modernos, «la injusticia para con el salariado»)Müller nos recuerda, como útil advertencia para los que parecen «monomaníacos» con respecto a los pecados vinculados con la esfera sexual (y basta navegar por ciertos sitios en internet para darse cuenta), que «los pecados del espíritu pueden ser más graves que los pecados de la carne. El orgullo espiritual y la avaricia introducen en la vida religiosa y moral un desorden más profundo que la impureza que deriva de la debilidad humana». De la misma manera, con bastantes citas de santo Tomás, afirma que «el adulterio entre casados pesa más que el de los no casados y el adulterio de los fieles, que conocen la voluntad de Dios, pesa más que el de los infieles». Pero también recuerda que «para la imputabilidad de la culpa en el juicio de Dios hay que considerar los factores subjetivos como la plena conciencia y el deliberado consenso en la grave falta contra los mandamientos de Dios».

 

Esto no significa que «debido a circunstancias atenuantes, un acto objetivamente malo pueda volverse subjetivamente bueno»Significa, por el contrario (como ha recordado en varias ocasiones Buttuglione) que «en la valoración de la culpa, puede haber atenuantes y las circunstancias y elementos accesorios de una convivencia irregular semejante al matrimonio pueden ser presentadas también ante Dios en su valor ético en la valoración de conjunto del juicio (por ejemplo el cuidado de los hijos en común que es un deber que deriva del derecho natural)».

 

No se trata de caer en la casuística (es decir en la exacta definición de los casos y de las circunstancias en las que se podría dar la admisión a los sacramentos) y fijarla en manuales específicos, concebidos para descargar de la gran y fatigosa responsabilidad del discernimiento a la que están llamados, junto con los penitentes, sus confesores. Tampoco se trata de reivindicar la comunión como un derecho, la participación en la Eucaristía como algo debido, sin importar un camino de penitencia y si se cobra o menos conciencia del propio estado. En ninguna parte de «Amoris laetitia» se dice nada parecido a «todos son libres» de acercarse a la mesa eucarística como se quiera y cuando se quiera. 

 

Müller hace notar algo que parecen no ver los que han considerado inútiles los dos Sínodos sobre la familia, puesto que ya se había expresado sobre el mismo argumento san Juan Pablo II con la exhortación «Familiaris consortio» (si se hubiera hecho valer siempre esta argumentación que esgrimen algunos de los eclesiásticos que se oponen al Pontífice, no se comprendería por qué se habría tenido que celebrar el Concilio Vaticano II, puesto que ya se había llevado a cabo el Vaticano I, etc.). El cardenal cita el contexto en el que nos ha tocado vivir, que ha cambiado profundamente en las últimas décadas: «Las situaciones existenciales son muy diferentes y complejas, y la influencia de ideologías enemigas del matrimonio a menudo es prepotente». 

 

 

El libro de Rocco Buttiglione, “Respuestas amigables a los críticos de «Amoris laetitia»”.

 

 

Entonces, explica Müller, «el cristiano puede encontrarse sin su culpa en la dura crisis del ser abandonado y de no lograr encontrar ninguna otra vía de escape que encomendarse a una persona de buen corazón y el resultado son relaciones semejantes a las relaciones matrimonialesSe necesita una particular capacidad de discernimiento espiritual en el fuero interior por parte del confesor para encontrar un recorrido de conversión y de re-orientación hacia Cristo que sea adecuado para la persona, yendo más allá de una fácil adaptación al espíritu relativista del tiempo o de una fría aplicación de los preceptos dogmáticos y de las disposiciones canónicas, a la luz de la verdad del Evangelio y con la ayuda de la gracia antecedente». Ningún relativismo, nada de cosas fáciles. Pero tampoco esa «fría aplicación de los preceptos dogmáticos» (sic!) que tanto apasiona a los que hacen exámenes de doctrina, incluso al Papa, y que acaban por dejar de ser capaces de distinguir y discernir: las historias, las vidas de las personas no son todas iguales y difícilmente encajan con precisión matemática en las notas de los manuales de moral.

 

Es por ello que el cardenal demuestra que «en la situación global, en la que prácticamente ya no hay ambientes homogéneamente cristianos», se plantea seriamente el problema (que ya había indicado con fuerza Benedicto XVI) de la validez del primer matrimonio, al que tal vez le faltaba alguno de sus elementos constitutivos, circunstancia que se verifica con bastante difusión en nuestra época. Precisamente estas consideraciones llevaron a Francisco a reformar, simplificándola, la normativa para obtener la declaración de nulidad matrimonial.

 

«En el caso de una conversión en edad madura (de un católico que sea tal solo en el certificado de Bautismo) se puede dar el caso —escribe claramente Müller en el prefacio del libro de Buttiglione— de que un cristiano esté convencido en conciencia de que su primer vínculo, aunque se haya dado en la forma de un matrimonio por la Iglesia, no era válido como sacramento y de que su actual vínculo semejante al matrimonio, alegrado con hijos y con una convivencia madurada en el tiempo con su pareja actual, es un auténtico matrimonio frente a Dios».

 

Y añade: «tal vez esto no pueda ser demostrado canónicamente debido al contexto material o por la cultura propia de la mentalidad dominante. Es posible que la tensión que aquí se verifique entre el estatus público-objetivo del “segundo” matrimonio y la culpa subjetiva pueda abrir, en las condiciones descritas, la vía al sacramento de la penitencia y a la Santa Comunión, pasando a través de un discernimiento pastoral en el fuero interior».

 

En relación con la famosa nota 351 del párrafo 305 de «Amoris Laetitia» (en donde se afirma, refiriéndose a las circunstancias atenuantes para los «irregulares», que «en ciertos casos» podría existir «también la ayuda de los Sacramentos»), Müller explica que «si el segundo vínculo fuera válido frente a Dios», como se indicaba en el ejemplo anterior, «las relaciones matrimoniales de los dos compañeros no constituirían ningún pecado grave, sino más bien una transgresión contra el orden público eclesiástico por haber violado de manera irresponsable las reglas canónicas y, por lo tanto, un pecado leve».

 

Para concluir, el cardenal recuerda que a menudo no se comprenden «todo el significado pastoral» de «Amoris Laetitia» ni las dificultades para «aplicar en la práctica con tacto y discreción, es la ley de la gradualidad». Es evidente que aquí «no se trata de un pecador empedernido, que quiere hacer valer frente a Dios derechos que no tiene. Dios está particularmente cerca del hombre que se sigue el camino de la conversión, que, por ejemplo, se asume la responsabilidad por los hijos de una mujer que no es su legítima esposa y no descuida tampoco el deber de cuidar de ella. Esto también vale en el caso en el que él, por su debilidad humana y no por la voluntad de oponerse a la gracia, que ayuda a observar los mandamientos, no sea todavía capaz de satisfacer todas las exigencias de la ley moral».

 

En este caso, recuerda el purpurado, «una acción en sí pecaminosa no se convierte por ello en legítima y ni siquiera agradable a Dios. Pero su imputabilidad como culpa puede ser disminuida cuando el pecador se dirige a la misericordia de Dios con corazón humilde y reza “Señor, ten piedad de mí, pecador”Aquí, el acompañamiento pastoral y la práctica de la virtud de la penitencia como introducción al sacramento de la penitencia tiene una importancia particular».

 

 

El libro

 

Estará disponible en las librerías italianas a partir del 10 de noviembre el volumen de Rocco Buttiglione “Respuestas amigables a los críticos de «Amoris laetitia»” (ediciones Ares, 208 pp.): el filósofo responde a las críticas dirigidas al Papa Francisco, a los “dubia” y a la “correctio filialis”. El libro comienza con un articulado ensayo introductorio del cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

 


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El Cardenal Muller sobre la Amoris Laetitia. Comunión a los divorciados.

Comunión a los divorciados que se han vuelto a casar; Müller: “En la culpa puede haber atenuantes”

Publicamos un fragmento del prefacio del cardenal al libro de Rocco Buttiglione “Respuestas amigables a los críticos de «Amoris laetitia» (ediciones Ares, en las librerías italianas a partir del 10 de noviembre): «La tensión entre el estatus objetivo del “segundo” matrimonio y la culpa subjetiva» puede abrir el camino a los sacramentos «mediante un discernimiento pastoral»

El cardenal Gerhard Ludwig Müller

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Pubblicato il 30/10/2017

Con la exhortación apostólica «Amoris laetitia», el Papa Francisco, apoyándose en los dos Sínodos de los obispos sobre la familia de 2014 y 2015, ha tratado de ofrecer una respuesta tanto teológica como pastoral de la Iglesia a los desafíos de nuestro tiempo. De esta manera, ha querido ofrecer su apoyo materno para superar, a la luz del Evangelio de Cristo, la crisis del matrimonio y de la familia.

 

En general, este amplio documento de nueve capítulos y 325 artículos ha sido recibido positivamente. Es deseable que muchos esposos y que todas las jóvenes parejas, que se preparan a este santo sacramento del matrimonio, se dejen introducir a su amplio espíritu, a sus profundas consideraciones doctrinales y a sus referencias espirituales. El buen éxito del matrimonio y de la familia abre la vía hacia el futuro de la Iglesia de Dios y de la sociedad humana.

 

Es mucho más lamentable la áspera controversia que se ha desarrollado sobre el capítulo 8, que se titula «Acompañar, discernir e integrar la fragilidad» (arts. 291/312). La cuestión sobre si los «divorciados que se han vuelto a casar por lo civil» (una connotación problemática desde el punto de vista dogmático y canónico) pueden tener acceso a la comunión, aunque siga existiendo un matrimonio sacramental válido, en algunos casos particularmente connotados o incluso en general, ha sido elevada, falsamente, al rango de cuestión decisiva del catolicismo y piedra angular ideológica para decidir si uno es conservador o liberal, si uno está a favor o contra el Papa. El Papa, en cambio, considera que los esfuerzos pastorales para consolidar el matrimonio son mucho más importantes que la pastoral de los matrimonios que han fracasado (AL 307). Desde el punto de vista de la nueva evangelización, parece que el esfuerzo para que todos los bautizados participen, los domingos y en las fiestas de precepto, en la celebración de la eucaristía es mucho más importante que el problema de la posibilidad de recibir la comunión legítima y válidamente por parte de un grupo limitado de católicos con una situación matrimonial incierta.

 

En lugar de definir la propia fe a través de la pertenencia a un campo ideológico, el problema es, en realidad, el de la fidelidad a la palabra revelada por Dios, que es transmitida en la confesión de la Iglesia. En cambio, se confrontan entre sí tesis polarizadoras que amenazan la unidad de la Iglesia. Mientras por un lado se pone en duda la rectitud de la fe del Papa, que es el supremo Maestro de la cristiandad, otros aprovechan la ocasión para jactarse de que el Papa consiente un radical cambio de paradigma de la teología moral y sacramental por ellos mismos deseado. Somos testigos de una paradójica inversión de los frentes. Los teólogos que se enorgullecen de ser liberal-progresistas, que en el pasado, por ejemplo, en ocasión de la encíclica «Humanae Vitae», cuestionaron radicalmente el Magisterio del Papa, ahora elevan cualquiera de sus frases (pero que les agraden) casi al rango de dogma. Otros teólogos, que se sienten en el deber de seguir rigurosamente el Magisterio, ahora examinan un documento del Magisterio según las reglas del método académico, como si fuera la tesis de uno de sus estudiantes.

 

[…]

 

En medio de estas tentaciones cismáticas y de esta confusión dogmática tan peligrosa para la unidad de la Iglesia, que se basa en la verdad de la Revelación, Rocco Buttiglione, como un auténtico católico de comprobada competencia en el campo de la teología moral, ofrece, con los artículos y ensayos reunidos en este volumen, una respuesta clara y convincente. No se trata aquí de la compleja recepción de «Amoris laetitia», sino solamente de la interpretación de algunos pasajes controvertidos en el capítulo 8. Con base en los criterios clásicos de la teología católica, ofrece una respuesta razonada y nada polémica a los cinco «dubia» de los cardenales. Buttiglione demuestra que el duro reproche al Papa de su amigo y compañero de tantos años de luchas, Josef Seifert, que dice que el Papa no presenta correctamente las tesis de la justa doctrina o incluso que las calla, no corresponde a la realidad de los hechos. La tesis de Seifert es semejante al texto de 62 personajes católicos «correctio filialis» (24-09-2017).

 

En esta difícil situación de la Iglesia, he aceptado de muy buen grado la invitación del profesor Buttiglione de escribir una introducción a este libro. Espero ofrecer, de esta manera, una contribución para que se restablezca la paz en la Iglesia. Efectivamente, todos debemos estar armoniosamente comprometidos en sostener la comprensión del sacramento del matrimonio y ofrecer una ayuda teológica y espiritual para que el matrimonio y la familia puedan ser vividos «en la alegría del amor», incluso en un clima ideológico desfavorable. Su tesis se compone de dos afirmaciones fundamentales, con las que concuerdo con absoluta convicción:

 

1. Las doctrinas dogmáticas y las exhortaciones pastorales del 8o capítulo de «Amoris laetitia» pueden y deben ser comprendidas en sentido ortodoxo.

 

2. «Amoris laetitia» no implica ningún cambio magisterial hacia una ética de la situación y, por lo tanto, ninguna contradicción con la encíclica «Veritatis Splendor» del Papa san Juan Pablo II.

 

Nos referimos aquí a la teoría según la cual la conciencia subjetiva podría, considerando sus intereses y sus particulares situaciones, situarse a sí misma en lugar de la norma objetiva de la ley moral natural y de las verdades de la revelación sobrenatural (en particular sobre la eficacia objetiva de los sacramentos). De esta manera, la doctrina de la existencia de un «intrinsice malum» y de un actuar objetivamente malo se volvería obsoleta. Sigue siendo válida la doctrina de «Veritatis splendor» (art. 56; 79) incluso con respecto a «Amoris Laetitia» (art.303), según la cual existen normas morales absolutas a las que no se da ninguna excepción (cfr. el «dubium» n. 3;5 de los cardenales).

 

[…]

 

Es evidente que «Amoris Laetitia» (art. 300-305) no enseña y no propone creer de manera vinculante que el cristiano en una condición de pecado mortal actual y habitual pueda recibir la absolución y la comunión sin arrepentirse por sus pecados y sin formular el propósito de ya no pecar, en contraste con lo que dicen «Familiaris consortio» (art. 84), «Reconciliatio et poenitentia» (art. 34) y «Sacramentum caritatis» ( art. 29) (cfr, el «dubium» n.1 de los cardenales).

 

[…]

 

El elemento formal del pecado es el alejarse de Dios y de su santa voluntad, pero existen diferentes niveles de gravedad según el tipo de pecado. Los pecados del espíritu pueden ser más graves que los pecados de la carne. El orgullo espiritual y la avaricia introducen en la vida religiosa y moral un desorden más profundo que la impureza que deriva de la debilidad humana. La apostasía de fe y el adulterio; y luego, el adulterio entre casados pesa más que el de los no casados y el adulterio de los fieles, que conocen la voluntad de Dios, pesa más que el de los infieles (cfr. Tomás de Aquino, S. th. I-II q.73; II-II q.73 a.3; III q.80 a. 5). Además, para la imputabilidad de la culpa en el juicio de Dios hay que considerar los factores subjetivos como la plena conciencia y el deliberado consenso en la grave falta contra los mandamientos de Dios que tiene como consecuencia la pérdida de la gracia santificante y de la capacidad de la fe de hacerse eficaz en la caridad (cfr. Tomás de Aquino S.th. II-II, q.10 a.3 ad 3).

 

Pero esto no significa que ahora «Amoris Laetitia» (art. 302) sostenga, frente a lo afirmado en «Veritatis splendor» (81), que, debido a circunstancias atenuantes, un acto objetivamente malo pueda volverse subjetivamente bueno (es el «dubium» n.4 de los cardenales). La acción en sí misma mala (la relación sexual con una pareja que no sea el legítimo cónyuge) no se vuelve subjetivamente buena debido a las circunstancias. Pero en la valoración de la culpa, puede haber atenuantes y las circunstancias y elementos accesorios de una convivencia irregular semejante al matrimonio pueden ser presentadas también ante Dios en su valor ético en la valoración de conjunto del juicio (por ejemplo el cuidado de los hijos en común que es un deber que deriva del derecho natural).

 

Un análisis atento demuestra que el Papa en «Amoris laetitia» no ha propuesto ninguna doctrina que deba ser creída de manera vinculante y que esté en contradicción abierta o implícita con la clara doctrina de la Sagrada Escritura y con los dogmas definidos por la Iglesia sobre los sacramentos del matrimonio, de la penitencia y de la eucaristía. Se confirma, por el contrario, la doctrina de la fe sobre la indisolubilidad interna y externa del matrimonio sacramental con respecto a todas las demás formas que lo «contradicen radicalmente» (AL 292) y tal doctrina es situada como fundamento de las cuestiones que se relacionan con la actitud pastoral que hay que tener con personas en relaciones semejantes a la matrimonial. Aunque algunos elementos constitutivos del matrimonio se encuentran realizados en convivencias que se parezcan al matrimonio, la transgresión pecaminosa en contra de otros elementos constitutivos del matrimonio y contra el matrimonio en su conjunto no es buena. La contradicción con el bien nunca puede convertirse en una de sus partes ni en el inicio de un camino hacia el cumplimiento de la santa y santificante voluntad de Dios. En ninguna parte se dice que un bautizado en condición de pecado mortal puede tener el permiso de recibir la Santa Comunión y que reciba de esta manera, de facto, su efecto de Comunión de vida espiritual con Cristo. El pecador, de hecho, opone consciente y voluntariamente al amor hacia Cristo el cerrojo (obex) del pecado grave. Aún cuando se dice que «nadie puede ser condenado para siempre», esto debe ser comprendido más desde el punto de vista del cuidado que nunca se rinde por la salvación eterna del pecador que como negación categórica de la posibilidad de una condena eterna que presupone la obstinación voluntaria en el pecado. Hay, en las categorías de la Iglesia, pecados que por sí mismos excluyen del Reino de Dios (1 Cor. 6, 9-11), pero solo hasta que el pecador se opone a su perdón y rechaza la gracia del arrepentimiento y de la conversión. Sin embargo, la Iglesia en su materna preocupación no renuncia a ningún hombre que sea peregrino por esta tierra y deja el juicio final a Dios, único que conoce los pensamientos de los corazones. A la Iglesia le toca la predicación de la conversión y de la fe y la mediación sacramental de la gracia que justifica, que santifica y sana. Dios, de hecho, dice: «Yo no deseo la muerte del malvado, sino que se convierta de su mala conducta y viva» ( Ez. 33,11).

 

[…]

 

El tema específico sobre el que trata el capítulo 8 es el cuidado pastoral por el alma de los católicos que, de alguna manera, conviven en una cohabitación que se parece a un matrimonio con una pareja que no es su legítimo cónyuge. Las situaciones existenciales son muy diferentes y complejas, y la influencia de ideologías enemigas del matrimonio a menudo es preponderante. El cristiano puede encontrarse sin su culpa en la dura crisis del ser abandonado y de no lograr encontrar ninguna otra vía de escape que encomendarse a una persona de buen corazón y el resultado son relaciones semejantes a las relaciones matrimoniales. Se necesita una particular capacidad de discernimiento espiritual en el fuero interior por parte del confesor para encontrar un recorrido de conversión y de re-orientación hacia Cristo que sea adecuado para la persona, yendo más allá de una fácil adaptación al espíritu relativista del tiempo o de una fría aplicación de los preceptos dogmáticos y de las disposiciones canónicas, a la luz de la verdad del Evangelio y con la ayuda de la gracia antecedente.

 

En la situación global, en la que prácticamente ya no hay ambientes homogéneamente cristianos que ofrezcan al cristiano el apoyo de una mentalidad colectiva y en la «identificación solo parcial» con la fe católica y con su vida sacramental, moral y espiritual que deriva de ella, se plantea acaso también para los cristianos bautizados pero no suficientemente evangelizados el problema, «mutatis mutandis», de una disolución de un primer matrimonio contraído «en el Señor» (1 Cor. 7, 39) «in favorem fidei».

 

Para la doctrina de la fe un matrimonio válidamente contraído por cristianos, que debido al carácter bautismal siempre es un sacramento, sigue siendo indisoluble. Los cónyuges no pueden declararlo nulo e inválido por su iniciativa y tampoco lo puede disolver desde el exterior la autoridad eclesiástica, aunque fuera la del Papa. Pero puesto que Dios, que ha instituido el matrimonio en la Creación, funda en concreto el matrimonio de un hombre y de una mujer mediante los actos naturales del libre consenso y de la íntegra voluntad de contraer matrimonio con todas sus propiedades («bona matrimonii»), este concreto vínculo de un hombre y de una mujer es indisoluble solo si los cónyuges aportan en esta cooperación del actuar humano con lo divino todos los elementos constitutivos humanos en su entereza. Según su concepto, cada matrimonio sacramental es indisoluble. Pero en la realidad un nuevo matrimonio es posible (incluso mientras el cónyuge legítimo sigue con vida), cuando, en lo concreto, debido a la falta de uno de sus elementos constitutivos el primer matrimonio en realidad no subsistía como matrimonio fundado por Dios debido a la falta de uno de sus elementos constitutivos.

 

El matrimonio civil es irrelevante para nosotros solamente en la medida en la que, en la imposibilidad física o moral de observar la forma pedida por la Iglesia del consenso frente a un sacerdote y dos testigos, constituye un público atestado de un real consenso matrimonial. Pero la comprensión del «matrimonio» en las legislaciones de muchos estados se ha alejado notablemente en muchos elementos sustanciales del matrimonio natural y aún más del matrimonio cristiano, incluso en sociedades que una vez fueron cristianas, de manera que aumenta también entre muchos católicos una ignorancia crasa sobre el sacramento del matrimonio.

 

En un procedimiento de nulidad matrimonial, por la tanto, juega un papel fundamental la real voluntad matrimonial. En el caso de una conversión en edad madura (de un católico que sea tal solo en el certificado de Bautismo) se puede dar el caso de que un cristiano esté convencido en conciencia de que su primer vínculo, aunque se haya dado en la forma de un matrimonio por la Iglesia, no era válido como sacramento y de que su actual vínculo semejante al matrimonio, alegrado con hijos y con una convivencia madurada en el tiempo con su pareja actual, es un auténtico matrimonio frente a Dios. Tal vez esto n pueda ser demostrado canónicamente debido al contexto material o por la cultura propia de la mentalidad dominante. Es posible que la tensión que aquí se verifica entre el estatus público-objetivo del «segundo» matrimonio y la culpa subjetiva pueda abrir, en las condiciones descritas, la vía al sacramento de la penitencia y a la Santa Comunión, pasando a través de un discernimiento pastoral en el fuero interior.

 

[…]

 

En el párrafo 305, y en particular en la nota 351 que es objeto de una apasionada discusión, la argumentación teológica sufre de cierta falta de claridad, que habría podido y habría debido ser evitada con una referencia a las definiciones dogmáticas del Concilio de Trento y del Vaticano II sobre la justificación, sobre el sacramento de la penitencia y sobre la manera apropiada para recibir la eucaristía. Lo que está en cuestión es una situación objetiva de pecado que, debido a circunstancias atenuantes, subjetivamente no es imputada. Esto suena como el principio protestante del «simul justus et peccator», pero ciertamente no se concibe en ese sentido. Si el segundo vínculo fuera válido frente a Dios, las relaciones matrimoniales de los dos compañeros no constituirían ningún pecado grave, sino más bien una transgresión contra el orden público eclesiástico por haber violado de manera irresponsable las reglas canónicas y, por lo tanto, un pecado leve. Esto no oscurece la verdad de que las relaciones «more uxorio» con una persona del otro sexo, que no es el legítimo cónyuge frente a Dios, constituye una grave culpa contra la castidad y contra la justicia debida al propio cónyuge. El cristiano que se encuentra en estado de pecado mortal (aquí se trata directamente de la relación con Dios, no de las circunstancias atenuantes o agravantes de un pecado) y, por lo tanto, perseverante en una contradicción conscientemente querida contra Dios, está llamado al arrepentimiento y a la conversión. Solo el perdón de la culpa que, en aquel que es justificado, no solo encubre sino anula completamente el pecado mortal, permite la comunión espiritual y sacramental con Cristo en la caridad. De ello no se puede separar el propósito de ya no pecar más, de confesar los propios pecados graves (esos de los que se es consciente), de ofrecer una reparación por los daños que se han aportado al próximo y al cuerpo místico de Cristo, para poder obtener, de esta manera, mediante la absolución, la cancelación del propio pecado frente a Dios y también la reconciliación con la Iglesia.

 

La nota 351 no contiene nada que contradiga todo esto. Puesto que el arrepentimiento y el propósito de ya no pecar, la confesión y la satisfacción son elementos constitutivos del sacramento de la penitencia y son consecuencia de derecho divino, de los que no puede dispensar ni siquiera el Papa (Tomás de Aquino S.th. Suppl. q. 6 a. 6). Gracias al poder de las llaves o al poder de disolver y de vincular (Mt., 16,18; 18,18; Jn., 20,22 y ss.) la Iglesia puede, por medio del Papa, de los obispos y de los sacerdotes, perdonar los pecados de los que el pecador se arrepienta y no puede perdonar los pecados para los que no haya arrepentimiento (que son «retenidos»). Pero esto sucede en conformidad con el orden sacramental que ha sido finado por Cristo y ahora es hecho eficaz por Él en el Espíritu Santo. Pero al pecador arrepentido le queda la posibilidad, en caso de imposibilidad física de recibir el sacramento de la penitencia, y con el propósito de confesar los propios pecados a la primera ocasión, de obtener el perdón en voto y también de recibir la eucaristía, en voto o en sacramento.

 

Los sacramentos han sido establecidos para nosotros, porque nosotros somos seres corpóreos y sociales, no porque Dios lo necesite para comunicar la gracia. Precisamente por ello es posible que alguien reciba la justificación y la misericordia de Dios, el perdón de los pecados y la vida nueva en la fe y en la caridad aunque por razones exteriores no pueda recibir los sacramentos o bien tenga una obligación moral de no recibirlos públicamente para evitar un escándalo.

 

[…]

 

Un punto importante de «Amoris laetitia», que a menudo no es comprendido correctamente en todo su significado pastoral, y que no es fácil aplicar en la práctica con tacto y discreción, es la ley de la gradualidad. No se trata de una gradualidad de la ley, sino de su aplicación progresiva a una concreta persona en sus condiciones existenciales concretas. Esto sucede dinámicamente en un proceso de clarificación, discernimiento y maduración con base en el reconocimiento de la propia personal e irrepetible relación con Dios mediante el recorrido de la propia vida (cfr. AL 300). No se trata de un pecador empedernido, que quiere hacer valer frente a Dios derechos que no tiene. Dios está particularmente cerca del hombre que se sigue el camino de la conversión, que, por ejemplo, se asume la responsabilidad por los hijos de una mujer que no es su legítima esposa y no descuida tampoco el deber de cuidar de ella. Esto también vale en el caso en el que él, por su debilidad humana y no por la voluntad de oponerse a la gracia, que ayuda a observar los mandamientos, no sea todavía capaz de satisfacer todas las exigencias de la ley moral. Una acción en sí pecaminosa no se convierte por ello en legítima y ni siquiera agradable a Dios. Pero su imputabilidad como culpa puede ser disminuida cuando el pecador se dirige a la misericordia de Dios con corazón humilde y reza «Señor, ten piedad de mí, pecador». Aquí, el acompañamiento pastoral y la práctica de la virtud de la penitencia como introducción al sacramento de la penitencia tiene una importancia particular. Esta es, como dice el Papa Francisco, «una vía del amor» (AL 306).

 

Según las explicaciones de Santo Tomás de Aquino que hemos citado, la Santa Comunión puede ser recibida eficazmente solo por quienes se han arrepentido de sus pecados y se acercan a la mesa del Señor con el propósito de ya no cometer más. Puesto que cada bautizado tiene derecho a ser admitido en la mesa del Señor, puede ser privado de este derecho solamente debido a un pecado mortal hasta que no se arrepienta y sea perdonado. Sin embargo, el sacerdote no puede humillar públicamente al pecador negándole públicamente la Santa Comunión y dañando su reputación frente a la comunidad. En las circunstancias de la vida social de hoy podría ser difícil establecer quién es un pecador, público o en secreto. El sacerdote, como sea, debe recordarle a todos en general que no se «acerquen a la mesa del Señor antes de haber hecho penitencia por los propios pecados y haberse reconciliado con la Iglesia». Después de la penitencia y la reconciliación (absolución) la Santa Comunión no debe ser negada ni siquiera a los públicos pecadores, especialmente en caso de peligro de muerte (S.th. III q.80).

 

Yo estoy convencido de que los profundos análisis que Rocco Buttiglione propone, a pesar de toda la limitación y de la necesidad de integración de la razón teológica, abren las puertas y construyen puentes hacia quienes critican «Amoris laetitia» y ayudan a superar sus dudas desde dentro. También quienes reflexionan superficialmente sobre «Amoris laetitia» para relativizar la indisolubilidad del matrimonio y sacudir los fundamentos de la moral basada en la creación y en la Revelación están llamados a una seria reconsideración.

 

[…]

 

Leamos el capítulo 8 de «Amoris laetitia» con el corazón de Jesús, Buen Pastor y Maestro de la Verdad. Él nos dirige una mirada amigable y dice: «Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc., 15, 6/7).

 

Leamos juntos «Amoris laetitia», sin recíprocos reproches y sospechas, con el sentimiento de la fe («sensus fidei») a la luz de la tradición entera de la doctrina de la Iglesia y con una ardiente preocupación pastoral por todos los que se encuentran en difíciles situaciones matrimoniales y familiares, y necesitan particularmente el apoyo materno de la Iglesia.

 

Desde lo profundo del corazón agradezco a Rocco Buttiglione por el gran servicio que hace con este libro a la unidad de la Iglesia y a la verdad del Evangelio.

 

 

 


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Diálogo sobre «Amoris laetitia» entre un Cardenal y un filósofo.

El cardenal y el filósofo dialogan sobre “Amoris laetitia”

Ennio Antonelli y Rocco Buttiglione firman un libro y se muestran de acuerdo en relación con «algunas orientaciones para la praxis» que hay que seguir con los divorciados que se han vuelto a casar, «que parecen equilibradas y prudentes»

El cardenal y el filósofo dialogan sobre “Amoris laetitia”

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Pubblicato il 15/03/2017
ANDREA TORNIELLI
CIUDAD DEL VATICANO

Un cardenal y un filósofo. Ennio Antonelli y Rocco Buttiglione se sentaron a dialogar sobre “Amoris laetitia” y su aplicación. El purpurado fue secretario de la Conferencia Episcopal de Italia, además de arzobispo de Florencia y presidente del Pontificio Consejo para la Familia por voluntad de Benedicto XVI. El filósofo es uno de los mayores conocedores del pensamiento de Juan Pablo II. De su conversación nació un denso y eficaz librito de 100 páginas firmado por ambos (“Terapia del amor herido en «Amoris laetitia»”, Ares, Roma, 104 pp.), en el que los autores presentan, con diferentes textos, sus consideraciones y una lectura atenta del documento de Papa Francisco. Después de las indicaciones del cardenal Vicario de Roma Agostino Vallini, y del reciente texto de la Conferencia Episcopal de Campania (Italia), se trata de un nuevo y significativo paso para una mejor comprensión de la exhortación fuera de los opuestos extremos y de lecturas simplistas tanto de todos los que afirman que nada ha cambiado como de los de dicen que todo ha cambiado en relación con la disciplina de los sacramentos para las personas que viven en las llamadas situaciones «irregulares».

 

Situaciones de fragilidad

 

En el breve prefacio firmado por el cardenal y el filósofo, sobre las «situaciones de fragilidad» de las parejas se lee: «El Papa reconoce que en el reciente Sínodo sobre la familia surgieron múltiples puntos de vista y preocupaciones pastorales, que él compara con todos los matices de un “precioso poliedro”. Esta imagen geométrica sugiere que las diferentes perspectivas, en la medida en la que corresponden a la realidad, se pueden armonizar entre sí. Lo hemos experimentado nosotros mismos, confrontando nuestras interpretaciones de la exhortación apostólica post-sinodal sobre el amor en la familia. Confirmando que los que afrontan el tema de quienes conviven sin matrimonio sacramental se basan en la distinción entre el orden ético objetivo y la responsabilidad personal subjetiva, hemos podido aclarar algunas afirmaciones que son objeto de discusión en el mundo eclesial y encontrar la convergencia en relación con algunas orientaciones para la praxis, que nos parecen equilibradas y prudentes».

 

La novedad de “Amoris laetitia”

 

Antonelli, afirma en su texto, un análisis sistemático, que «la atención pastoral por la formación de la conciencia y por la responsabilidad personal constituye la principal novedad» del documento. En relación con la responsabilidad de las personas «se afirma repetidamente una gradualidad, que incide mucho en la evaluación y en la manera de afrontar el tema de las convivencias extra-matrimoniales… Una cosa es un comportamiento objetivo gravemente desordenado y otra un pecado mortal personal. El pecado, efectivamente, además del “grave desorden objetivo”, implica también la “plena advertencia” y el “deliberado consenso”. Cuando los condicionamientos internos o externos atenúan o anulan la responsabilidad subjetiva, puede darse que una persona siga viviendo en gracia de Dios incluso en una situación objetiva marcada por el error y por el grave desorden moral». El cardenal recuerda que «fuera de la Iglesia católica y más generalmente fuera del cristianismo, en medio de muchos errores teóricos y prácticos, se puede vivir el amor auténtico y pueden florecer incluso santos heroicos y grandes místicos. De manera análoga, en la sociedad secularizada de hoy, en la que están bastante difundidas la ignorancia y la inmadurez en el campo ético-espiritual, se puede verificar la insensibilidad a algunos valores morales y la incapacidad de apreciarlos y realizarlos, sin que, debido al condicionamiento cultural, exista la plena culpabilidad personal».

 

Contexto social y condicionamientos

 

«Debemos darnos cuenta –escribe Antonelli– de que el contexto social y cultural influye profundamente a la conciencia subjetiva de las personas y que ahora la sociedad y la cultura del Occidente están ampliamente descristianizadas y necesitan una nueva, valiente y paciente evangelización. La jerarquía de los valores interiorizada en los corezones a menudo no corresponde con la verdad objetiva del bien y del mal, ni siquiera entre muchos cristianos practicantes. Por lo tanto, la prioridad pastoral, según “Amoris laetitia”, es cuidad, sanar, reconstruir la mentalidad, la afectividad, los criterios de juicio y de acción para que estén cada vez más en sintonía con la razón y la fe». Se trata de un camino de maduración «que exige un compromiso fatigoso y difícil».

 

Las aperturas sobre los divorciados que se han vuelto a casar

 

En relación con los divorciados que viven en segunda unión, el purpurado reconoce que «Amoris laetitia» parece querer abrir una nueva espiral. Antonelli observa que el lenguaje utilizado en el documento «es prudente y parece sugerir una puesta en práctica también prudente. En algunos casos es posible que en una situación objetiva de grave desorden moral, como en la unión en adulterio, falte la plena responsabilidad subjetiva y, por lo tanto, el pecado mortal. Me parece que esta indicación, muy sobria y poco delineada, requiere mayores precisaciones y motivaciones». Después de haber recordado que «solo Dios ve el corazón de las personas» y «su interioridad espiritual», y que «la Iglesia evalúa sobre todo su manera exterior de vivir y su compatibilidad con la eucaristía», el cardenal sugiere que «en algunos casos particulares, por motivos verdadeeramente importantes», se pueden «hacer excepciones, de manera análoga a lo que ya se hace con los cristianos no católicos». Aunque, de hecho, «la comunión eucarística, en línea de principio, exija la plena comunión eclesial y su coherente expresión visible, incluso los cristianos no católicos, especialmente los ortodoxos, que se encuentran en comunión incompleta con la Iglesia católica, pueden ser admitidos excepcionalmente y a ciertas condiciones. La misma praxis pastoral, por analogía, puede aplicarse a los que viven en una situación de desorden moral objetivo».

 

Posibilidad, no reivindicación de derechos

 

«Amoris laetitia», sostiene el cardenal Antonelli, «no concede al cristiano que convive derechos que reivindicar y no da al sacerdote órdenes que ejecutar. Solamente habla de posibilidades. La decisión que hay que tomar debe ser encomendada al discernimiento prudente y a la caridad pastoral, sapientemente iluminada, del sacerdote. De cualquier manera, sin ninguna excepción posible, antes de admitir a la eucaristía, el sacerdote debe discernir si existen por lo menos las disposiciones subjetivas convenientes. Sobre ellas debe haber una probabilidad bastante sólida que pueda ser considerada una certeza prudencial». La conciencia del penitente, añadió el cardenal, «podría ser recta, aunque, debido a objetivas dificultades, no logre todavía observar la norma (por ejemplo practicando la continencia sexual), pero trate de hacer lo posible para superar las dificultades». En presencia de estas «disposiciones subjetivas, el sacerdote puede conceder la absolución sacramental y la comunión eucarística, estando consciente, además, de que se trata de una excepción que no debe transformarse en práctica ordinaria». Para evitar los escándalos, precisa el purpurado, «la admisión a los sacramentos debe darse con reserva (por ejemplo donde no haya conocidos). Concediendo la comunión eucarística solo en casos excepcionales, por importantes motivos y con discreción, no se dañan la indisolubilidad del matrimonio ni la necesaria totalidad de la comunión eclesial, ni se aprueban las convivencias extra-matrimoniales».

 

Guía para perplejos

 

El profesor Rocco Buttiglione, que ha intervenido en diferentes ocasiones sobre el argumento, tanto comentando el documento como respondiendo a las “dudas” de los cuatro cardenales o recordando el desarrollo del pensamiento de Papa Wojtyla, en su texto decidió responder puntualmente a 22 objeciones que han surgido en el debate tras la publicación del documento. Por ejemplo, a la pregunta sobre si es lícito en algunos casos «dar la absolución a personas que, a pesar de estar vinculadas en un matrimonio anterior, convivan “more uxorio” y tengan relaciones sexuales entre sí», respondió: «Parece que, a la luz de “Amoris laetitia”, pero también de los principios generales de la teología moral, la respuesta debe ser positiva, por lo menos en algunos casos. Hay que distinguir claramente entre el acto, que es materia de grave pecado, y el agente, que puede encontrarse en condiciones que limiten su responsabilidad por el acto o, en algunos casos particulares, que pudieran incluso anularla». Buttiglione propone el ejemplo de una mujer que vive en condiciones de absoluta dependencia económica y psicológica y a la cual las relaciones sexuales sean impuestas en contra de su voluntad. «Aquí faltan las condiciones subjetivas del pecado (plena advertencia y deliberado consenso)». Y a la objeción que para recibir la absolución es necesario el propósito de ya no volver a pecar, el filósofo responde: «El penitente debe tener el deseo de salir de su situación irregular y comprometerse a llevar a cabo actos que le permitan salir efectivamente de ella. Pero es posible que no sea capaz de llevar a cabo esta distancia ni reconquistar la propia soberanía sobre sí mismo inmediatamente. Es importante aquí el concepro de “situación de pecado”, ilustrado por Juan Pablo II. No se puede creíblemente prometer que ya no se cometerá cierto pecado si se vive en una sitiación que expone a la tentación irresistible de cometerlo. Hay que comprometerse, para poder mantener el propósito, a salir de la situación de pecado».

 

«Tratan al Papa con sospechas»

 

Después de haber puntualmente examinado y respondido a las 22 objeciones, Buttiglione ofrece al lector algunas reflexiones finales sobre los que critican «Amoris laetita». «Se nota a veces una actitud de desconfianza a priori, una disponibilidad a creer cualquier acusación, un deseo de buscar significados ocultos detrás de palabras cuyo sentido es evidente y fácilmente comprensible. Se acusa al Papa de negar todas las verdades de la fe católica que él no reafirma explícitamente en este texto, en lugar de situarlo en el contexto general de la tradición y de la enseñanza de la Iglesia». Se trata al Papa, continúa el filósofo, «no como a un maestro de la fe, sino como un sospechoso que debe justificarse». En otras ocasiones, explica Buttiglione, «no se comprende el género literario eligido por el Pontífice. Papa Francisco decidió escribir un texto homilético/pastoral, familiar e incluso poético. Pedir un nivel de precisión apropiado para un texto jurídico está fuera de lugar. Significa meterse en una longitud de onda que no es la suya y hacerle pregunras a las cuales no pretende responder. Otras veces no se comprenden las claves fundamentales del texto».

 

Dos errores simétricos

 

Según el filósofo, estas son las dos claves de lectura fundamentales para comprender «Amoris laetitia»: «La primera es la misericordia. El texto se dirige a pecadores y les ofrece misericordia. Muchas cosas que no pueden darse a quienes las reivindican como justicia o derecho pueden ser concedidas a quienes las reivindican como misericordia. Sorprende ver que falte, en algunos eminentes estudiosos que han expresado posiciones críticas, la dimensión de la gradualidad (en el bien y en el mal) y, como consecuencia, la comprensión de toda la temática de las condiciones subjetivas del pecado (plena advertencia y deliberado consenso). Falta todo el tema de las circunstancias atenuantes que no justifican nunca la acción pero disminuyen y a veces anulan la culpa de quien la comete». Cada vez que el Papa reconoce una circunstancia atenuante que disminuye la culpa, observa Buttiglione, «algunos críticos ven una plena justificiación que transforma en una buena acción una acción mala. Falta la noción (fundamental) de pecado venial. Es el error simétrico y opuesto al error de la ética de la intención. Esa que considera que la intención del agente decide la cualificación moral del acto. La ética objetivista cree, por el contrario, que el lado subjetivo de la acción escompletamente irrelevante».

 

La perspectiva clásica y la historia

 

Según el filósofo, la ética católica nos demuestra, en cambio, «que existe una materia de la acción que nos dice si el acto es bueno o malo y un lado subjetivo de la acción que nos dice cuál es el nivel de responsabilidad del sujeto por esa acción. Los críticos no consideran nunca esta perspectiva, que es, además, completamente clásica y también es la perspectiva de san Juan Pablo II». La segunda clave de lectura, según Buttiglione, es la historia. «El Papa nos ha advertido desde el inicio: el tiempo vale más que el espacio. En lugar de cubrir espacios es importante activar procesos. Los críticos siempre consideran situaciones estáticas, para decir si corresponden a la regla o no. El Papa, en cambio, siempre considera situaciones dinámicas, en vía de evolución, y se hace siempre la pregunta: “¿Hacia qué dirección va el cambio? ¿Hacia una aceptación cada vez más plena del amor (y de la ley) de Dios, o hacia su abandono?”. No se puede juzgar a la persona concreta si no se le considera en su desarrollo histórico».


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Los divorciados vueltos a casar y los sacramentos.

«Sí a los sacramentos, si los divorciados que se han vuelto a casar quieren cambiar pero no pueden»

Un libro del cardenal Coccopalmerio presenta reflexiones sobre «Amoris laetitia», explicando las aperturas que decidió el Papa: «Podemos considerar con la conciencia segura que la doctrina se respeta»
ANSA

El cardenal Francesco Coccopalmerio, Presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos

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Pubblicato il 14/02/2017
Ultima modifica il 14/02/2017 alle ore 13:42
ANDREA TORNIELLI
ROMA

«La Iglesia podría admitir a la penitencia y a la eucaristía a los fieles que se encuentran en una unión no legítima» y que «deseen cambiar tal situación, pero no puedan llevar a cabo su deseo». Esta es la conclusión a la que llegó el cardenal Francesco Coccopalmerio, Presidente del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos y autor de un pequeño volumen que acaba de publicar la Librería Editrice Vaticana («El capítulo octavo de la exhortación apostólica post-sinodal “Amoris laetitia”»). Se trata de un librito de unas 50 páginas completamente dedicadas a la cuestión de la posible admisión a los sacramentos para los que viven en situaciones «irregulares». «Creo que podemos considerar, con la conciencia tranquila y segura, que la doctrina, en el caso, se respeta», escribió el cardenal.

 

No cambia la indisolubilidad

 

El cardenal citó los textos de la exhortación que contienen «con absoluta claridad todos los elementos de la doctrina sobre el matrimonio en plena coherencia y fidelidad a la enseñanza tradicional de la Iglesia». La exhortación afirma en repetidas ocasiones la «voluntad firme de permanecer fieles a la doctrina de la Iglesia en relación con el matrimonio y la familia».

 

Las condiciones subjetivas de los «irregulares»

 

Las páginas más densas y articuladas del libro son las que se ocupan de las «condiciones subjetivas o condiciones de conciencia de las diferentes personas en las diferentes situaciones no regulares y el consecuente problema de la admisión a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía». Coccopalmerio subraya que los límites y obstáculos no dependen simplemente de una eventual ignorancia de la norma vigente, porque, como ya afirmaba Papa Wojtyla, «un sujeto, a pesar de conocer bien la norma, puede tener grandes dificultades para comprender valores que se encuentran en la norma moral o se puede encontrar en condiciones concretas que no le permitan actuar de manera diferente y tomar otras decisiones sin una nueva culpa».

 

La conciencia de la irregularidad

 

«Amoris laetitia», citando a Juan Pablo II, se refiere a parejas que, incluso en la «conciencia de la irregularidad de la propia situación», tienen «grandes dificultades para volver atrás sin sentir, en conciencia, que se caería en nuevas culpas», y a situaciones en las que «el hombre y la mujer, por serios motivos (como, por ejemplo, la educación de los hijos), no pueden satisfacer la obligación de la separación». Coccopalmerio observa que el texto, a pesar de no afirmarlo explícitamente, presupone implícitamente que estas personas tienen la intención de «cambiar su condición ilegítima». Es decir que se plantean «el problema de cambiar», por lo que tienen «la intención o, por lo menos, el deseo de hacerlo».

 

«Como hermano y hermana» y la fidelidad en peligro

 

El cardenal recuerda lo que estableció Juan Pablo II en «Familiaris consortio», es decir la posibilidad de confesarse y de comulgar siempre y cuando se comprometan a vivir como «hermano y hermana», es decir absteniéndose de tener relaciones sexuales. Y subrayó también que la excepción al respecto planteada por «Amoris laetitia» se basa en un texto de la constitución conciliar «Gaudium et spes»: «En estas situaciones, muchos, conociendo y aceptando la posibilidad de convivir “como hermano y hermana” que la Iglesia les ofrece, revelan que, si faltan algunas expresiones de intimidad, “no es raro que la fidelidad sea puesta en riesgo y que se pueda comprometer el bien de los hijos”». Entonces, sugiere el autor del libro, «cuando el compromiso de vivir “como hermano y hermana” se revele posible y sin dificultades para la relación de pareja, los dos convivientes parecen, de por sí, no obligados, porque se verifica el caso del sujeto expresado en el n. 301 con esta clara expresión: “se puede encontrar en condiciones concretas que no le permitan actuar de manera diferente ni tomar otras decisiones sin una nueva culpa”».

 

Las dos condiciones esenciales

 

La Iglesia, pues, «podría admitir a la penitencia y a la eucaristía —concluye Coccopalmerio— a los fieles que se encuentran en una unión no legítima, pero que cuenten con dos condiciones esenciales: que deseen cambiar tal situación, pero no puedan llevar a cabo su deseo. Es evidente que las condiciones esenciales indicadas antes deberán ser sometidas a un discernimiento atento y autorizado por parte de las autoridades eclesiales». Ningún subjetivismo, sino espacio a la relación con el sacerdote. El cardenal afirmó que podría ser «necesario» o, por lo menos, «bastante útil un servicio en la Curia», en el que el obispo «ofrezca una precisa asesoría o una autorización específica para estos casos de admisión a los sacramentos».

 

Quien no puede ser admitido

 

Pero, ¿a quién no puede la Iglesia de ninguna manera («sería una latente contradicción») conceder los sacramentos? Coccopalmerio responde: al fiel que, «sabiendo que está en pecado grave y pudiendo cambiar, no tuviere ninguna sincera intención para llevar a cabo tal propósito». Es lo que afirma «Amoris laetitia»: «Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad. Necesita volver a escuchar el anuncio del Evangelio y la invitación a la conversión…».


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Cuatro cardenales públicamente en contra del Papa. Comentario del jesuita Thomas Reese.

Four cardinals do not make a schism

  • Cardinal Vincent Nichols, left, Cardinal Carlo Caffarra, center, and Cardinal Raymond Burke, in a 2014 file photo. Burke and Caffarra were two of four cardinals that publicly questioned Pope Francis’ teachings on family life in a letter published Nov. 14. (CNS/Paul Haring)
I was asked by a journalist last week if I thought the Catholic church was in danger of schism over the question of Communion for divorced and remarried Catholics. This controversy has received renewed attention because of the letter from four cardinals challenging the pope’s teaching in Amoris Laetitia. The controversy has received repeated attention from New York Times columnist Ross Douthat.My short answer was «no.»To have a schism, you need a bishop to break with the pope and ordain priests and other bishops for the schismatic church. You also need people to follow the bishop into schism.The only major schism in the 20th century is the one lead by Archbishop Marcel Lefebvre, who opposed the revision and translation of the liturgy as well as Vatican II’s teaching on ecumenism and relations with Jews. He founded the Society of St. Pius X in 1970 and was excommunicated for ordaining four bishops without papal approval in 1988. According to their website, they claim to have 603 priests with 772 Mass centers, a significant number but miniscule in comparison with the Catholic church.I doubt that any bishop, including these four cardinals, would be willing to lead a schism over the question of Communion for divorced Catholics. And even if they did, very few people would follow them into schism.

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Pope Francis is very popular with Catholics. In 2015, 81 to 90 percent of U.S. Catholics had a favorable view of the pope. His unfavorable ratings ran between 4 and 8 percent. Politicians would kill for these kinds of ratings. None of his opponents has this kind of support among Catholics.

In addition, two out of three Catholics would like to see a change in the church’s teaching on Communion for divorced and remarried Catholics. Only 31 percent of Catholics say that the church should not allow those remarried without an annulment to receive Communion.

True, 31 percent of Catholics is a lot of people, but do these Catholics care so strongly about this that they would leave the church? I doubt it.

In fact, Pope Francis has never said that all divorced and remarried Catholics should go to Communion. He objects to both the literalists, who say Communion is impossible for such people, and the unthinking liberals, who want to welcome everyone to Communion.

The problem with both sides is that they want a simple, universal answer to all situations. Francis does not think life is that simple. As a pastor, he met poor women who had been abandoned by their husbands and then remarried. They needed someone who could help them financially support their children as well as provide a father to them. They were good, loving people who were raising their children as good Catholics and contributing positively to their communities.

It is for such people that Francis describes the church as a field hospital for the wounded, not a country club for the beautiful. Communion is nourishment for the wounded, not a reward for the perfect, he says.

Francis would be sympathetic to the woman who put her husband through law school waiting tables but then got dumped for a pretty, younger associate. She is now married to a loving plumber who is a good father to the children from both marriages. Telling her to abandon her new husband or live as brother and sister is not only absurd, it is unjust.

On the other hand, I doubt Francis would offer Communion to a billionaire, married for the third time, who has a history of philandering and says he has nothing for which to be sorry.

The right and the left want easy answers. Francis refuses to give answers, rather he wants us to learn how to think, how to discern in complex situations.

Prior to the mid-20th century, divorce and remarriage was rare and almost always wrong because in a patriarchal society, the man could dump his wife and she had little recourse. In Jesus’ time, she would not be accepted back in her father’s house; she would not get alimony or child support; she was on the street with no means of support. That meant begging or prostitution.

Jesus’ opposition to divorce was more about protecting women and children than about sex.

In the history of the church, under the influence of Roman law, Jesus’ teachings were systematized and codified. This made it easier to train priests to deal with most of the moral cases they would face. The best of theologians and teachers always knew the need for flexibility in applying such laws, but many of their students simply applied the rules mechanically. For priests lacking education or sophistication, following the rule was safe. Too much flexibility would breed uncertainty and chaos.

This led to a perversion of Jesus’ teaching that forced women to stay in abusive relationships simply because they were married. As fewer women died in childbirth, as they became educated and capable of supporting themselves, and as couples lived longer together, marriage changed. It became more about human development and growth and less about economic security. The decline of the extended family also had its effect.

Reality has changed. Divorce hits about 40 percent of marriages. Divorce and remarriage is a fact of life. Divorce is still tragic, but laws protect women and their children more than they did in the past.

How should the church respond to this new reality? Francis does not give simple answers; he asks us to reflect on the concrete circumstances of each case. Discernment, not a rule book, is required to find out where God is calling a person.

Divorced persons must ask themselves how they contributed to the breakdown of the marriage. Are they sorry for their sins? In justice, what do they owe their former spouses and children? Are they now where God wants them to be? What are their obligations now? Would abandoning a second spouse at this point be unjust and cruel? Is their love for their new spouse graced? How can they live this new life better?

I began writing this column on Tuesday when the first reading at Mass was from Isaiah 40: » ‘Comfort, give comfort to my people,’ says your God.» On Monday, St. Luke’s Gospel (5: 17-26) tells us about Jesus getting in trouble with the scribes and Pharisees for forgiving a man his sins.

When I was younger, I thought the stories about Jesus and the scribes and the Pharisees were about ancient events that had no relevance to contemporary life. Or worse, they were anti-Semitic. Now I recognize that the Gospel writers included these stories because they knew that thinking like the scribes and the Pharisees is a constant temptation in the church. There will always be people for whom rules are more important than compassion.

Pope Francis is under attack for being too compassionate. So was Jesus.

[Jesuit Fr. Thomas Reese is a senior analyst for NCR and author of Inside the Vatican: The Politics and Organization of the Catholic Church. His email address is treesesj@ncronline.org.]

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La cuestión de los divorciados reesposados y su acceso a los sacramentos.

Justos los criterios para integrar a divorciados en nueva unión, dijo el Papa a los obispos argentinos

2016-09-13 Radio Vaticana

(RV).- “Es precisamente la caridad pastoral la que nos mueve a salir para encontrar a los alejados. Y, una vez encontrados, a iniciar un camino de acogida, acompañamiento, discernimiento e integración en la comunidad eclesial”. Gira entorno a esta premisa la carta que el Papa Francisco envió, el pasado 5 de setiembre, a los obispos de la región pastoral de Buenos Aires, dirigiéndola a su delegado monseñor Sergio Alfredo Fenoy, en respuesta al documento “Criterios básicos para la aplicación del capítulo VIII de Amoris laetitia”.

En la misiva Francisco expresa su aprecio por el trabajo realizado por los prelados: “El escrito es muy bueno – asegura – y explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII de Amoris laetitia. No hay otras interpretaciones. Y estoy seguro de que hará mucho bien”. El Papa los felicita “por el trabajo que se han tomado”, ya que se trata de “un verdadero ejemplo de acompañamiento a los sacerdotes” y remarca “cuanto es necesaria esta cercanía del obispo con su clero y del clero con el obispo”. En efecto escribe: “El prójimo ‘más prójimo’ del obispo es el sacerdote, y el mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo comienza, para nosotros obispos, precisamente con nuestros curas”.

El Santo Padre reconoce que la caridad pastoral entendida como búsqueda continua de los alejados es fatigosa, ya que se trata de una pastoral  «cuerpo a cuerpo” que no puede reducirse a “mediaciones programáticas, organizativas o legales, si bien necesarias”. Y señala que de las cuatro actitudes pastorales: acoger, acompañar, discernir, integrar, la menos practicada es el discernimiento.

Considero urgente – afirma el Papa –  la formación en el discernimiento, personal y comunitario, en nuestros Seminarios y Presbiterios”.

Finalmente, Francisco recuerda que “Amoris laetitia fue el fruto del trabajo y la oración de toda la Iglesia, con la mediación de dos Sínodos y del Papa” y por lo tanto, recomienda “una catequesis completa de la Exhortación que ciertamente ayudará al crecimiento, consolidación y santidad de la familia”.

El documento de los obispos argentinos se concentra en el capítulo VIII de la exhortación apostólica que hace referencia a las orientaciones de los obispos en orden a discernir el posible acceso a los sacramentos de algunos «divorciados en nueva unión» y recuerda que “no conviene hablar de ‘permisos’ para acceder a los sacramentos, sino de un proceso de discernimiento acompañado por un pastor. Es un discernimiento personal y pastoral», ya que “el acompañamiento pastoral es un ejercicio de la «via caritatis».

“Se trata de un itinerario – escriben los obispos – que necesita de la caridad pastoral del sacerdote que acoge al penitente, lo escucha atentamente y le muestra el rostro materno de la Iglesia, a la vez que acepta su recta intención y su buen propósito de colocar la vida entera a la luz del Evangelio y de practicar la caridad”. “Este camino – advierten – no termina necesariamente en los sacramentos sino que puede orientarse a otras formas de integrarse más en la vida de la Iglesia: una mayor presencia en la comunidad, la participación en grupos de oración o reflexión, el compromiso en diversos servicios eclesiales”.

A continuación, el texto completo del documento de los Obispos argentinos:

Criterios básicos para la aplicación del capítulo VIII de Amoris laetitia

Estimados sacerdotes:

Recibimos con alegría la exhortación Amoris laetitia, que nos llama ante todo a hacer crecer el amor de los esposos y a motivar a los jóvenes para que opten por el matrimonio y la familia. Esos son los grandes temas que nunca deberían descuidarse ni quedar opacados por otras cuestiones. Francisco ha abierto varias puertas en la pastoral familiar y estamos llamados a aprovechar este tiempo de misericordia, para asumir como Iglesia peregrina la riqueza que nos brinda la Exhortación Apostólica en sus distintos capítulos.

Ahora nos detendremos sólo en el capítulo VIII, dado que hace referencia a «orientaciones del Obispo» (300) en orden a discernir sobre el posible acceso a los sacramentos de algunos «divorciados en nueva unión». Creemos conveniente, como Obispos de una misma Región pastoral, acordar algunos criterios mínimos. Los ofrecemos sin perjuicio de la autoridad que cada Obispo tiene en su propia Diócesis para precisarlos, completarlos o acotarlos.

1) En primer lugar recordamos que no conviene hablar de «permisos» para acceder a los sacramentos, sino de un proceso de discernimiento acompañado por un pastor. Es un discernimiento «personal y pastoral» (300).

2) En este camino, el pastor debería acentuar el anuncio fundamental, el kerygma, que estimule o renueve el encuentro personal con Jesucristo vivo (cf. 58).

3) El acompañamiento pastoral es un ejercicio de la «via caritatis». Es una invitación a seguir «el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración» (296). Este itinerario reclama la caridad pastoral del sacerdote que acoge al penitente, lo escucha atentamente y le muestra el rostro materno de la Iglesia, a la vez que acepta su recta intención y su buen propósito de colocar la vida entera a la luz del Evangelio y de practicar la caridad (cf. 306).

4) Este camino no acaba necesariamente en los sacramentos, sino que puede orientarse a otras formas de integrarse más en la vida de la Iglesia: una mayor presencia en la comunidad, la participación en grupos de oración o reflexión, el compromiso en diversos servicios eclesiales, etc. (cf. 299).

5) Cuando las circunstancias concretas de una pareja lo hagan factible, especialmente cuando ambos sean cristianos con un camino de fe, se puede proponer el empeño de vivir en continencia. Amoris laetitia no ignora las dificultades de esta opción (cf. nota 329) y deja abierta la posibilidad de acceder al sacramento de la Reconciliación cuando se falle en ese propósito (cf. nota 364, según la enseñanza de san Juan Pablo II al Cardenal W. Baum, del 22/03/1996).

6) En otras circunstancias más complejas, y cuando no se pudo obtener una declaración de nulidad, la opción mencionada puede no ser de hecho factible. No obstante, igualmente es posible un camino de discernimiento. Si se llega a reconocer que, en un caso concreto, hay limitaciones que atenúan la responsabilidad y la culpabilidad (cf. 301-302), particularmente cuando una persona considere que caería en una ulterior falta dañando a los hijos de la nueva unión, Amoris laetitia abre la posibilidad del acceso a los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía (cf. notas 336 y 351). Estos a su vez disponen a la persona a seguir madurando y creciendo con la fuerza de la gracia.

7) Pero hay que evitar entender esta posibilidad como un acceso irrestricto a los sacramentos, o como si cualquier situación lo justificara. Lo que se propone es un discernimiento que distinga adecuadamente cada caso. Por ejemplo, especial cuidado requiere «una nueva unión que viene de un reciente divorcio» o «la situación de alguien que reiteradamente ha fallado a sus compromisos familiares» (298). También cuando hay una suerte de apología o de ostentación de la propia situación «como si fuese parte del ideal cristiano» (297). En estos casos más difíciles, los pastores debemos acompañar con paciencia procurando algún camino de integración (cf. 297, 299).

8) Siempre es importante orientar a las personas a ponerse con su conciencia ante Dios, y para ello es útil el «examen de conciencia» que propone Amoris laetitia 300, especialmente en lo que se refiere a «cómo se han comportado con sus hijos» o con el cónyuge abandonado. Cuando hubo injusticias no resueltas, el acceso a los sacramentos es particularmente escandaloso.

9) Puede ser conveniente que un eventual acceso a los sacramentos se realice de manera reservada, sobre todo cuando se prevean situaciones conflictivas. Pero al mismo tiempo no hay que dejar de acompañar a la comunidad para que crezca en un espíritu de comprensión y de acogida, sin que ello implique crear confusiones en la enseñanza de la Iglesia acerca del matrimonio indisoluble. La comunidad es instrumento de la misericordia que es «inmerecida, incondicional y gratuita» (297).

10) El discernimiento no se cierra, porque «es dinámico y debe permanecer siempre abierto a nuevas etapas de crecimiento y a nuevas decisiones que permitan realizar el ideal de manera más plena» (303), según la «ley de gradualidad» (295) y confiando en la ayuda de la gracia.

Somos ante todo pastores. Por eso queremos acoger estas palabras del Papa: «Invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia» (312).

Con afecto en Cristo.

Los Obispos de la Región

05 de septiembre de 2016