ADVIENTO 3 A
Ev.: Mt 11,2-12
En este pasaje evangélico empieza san Mateo a dar la clave para penetrar en el contenido de las parábolas que describen más adelante el misterio del Reino de Dios. Esa clave se puede definir así: Las obras de Jesús decepcionan a sus compatriotas; no responden a sus expectativas mesiánicas. Y el primero en expresar sus dudas es curiosamente el Precursor. Efectivamente, Juan Bautista, desde la cárcel, no envía sus emisarios a Jesús por una razón pedagógica, para que ellos escuchen de labios de Jesús el misterio de su mesianismo. No. Juan, el precursor, es el primero en expresar sus dudas. Más adelante, siguiendo el hilo del relato evangélico, Galilea y Cafarnaún se niegan a convertirse. Jesús maldecirá a estas ciudades que habían sido testigos de muchos de sus milagros. Se ve cada vez con mayor claridad, conforme avanza el relato evangélico, que el ministerio de Jesús queda escondido para los sabios y prudentes de este mundo (vv.25-27). Jesús se inclinará decididamente hacia el `am ha´areds, la hez de la sociedad israelita (vv.28-30). Luego, en el cap. 12, los conflictos con los jefes del pueblo se exacerban (12,1-50). El Reino de Dios predicado por Jesús queda oculto, se manifiesta, paradójicamente, en lo escondido.
Centrándonos en la figura del Bautista, vemos que esperaba y proclamaba al Mesías terrible de la Apocalíptica judía. Durante un tiempo pudo creer, tal vez, que Jesús retardaba su manifestación gloriosa. Pero ahora, en la cárcel, ¿qué podía pensar? Es difícil que no hiciera de su situación, contrastada con sus expectativas mesiánicas y las actitudes desconcertantes de Jesús un problema personal. Juan esperaba un Mesías que iba a traer la libertad a los presos, sobre todo a los prisioneros por la fe. Así estaba anunciado por Isaías 61 e incluso a ese texto se remitió Jesús en su primera predicación en la sinagoga de Nazaret, tal como lo cuenta san Lucas (4,18).Desde esta expectativa angustiosa del prisionero, la respuesta de Jesús a los emisarios es decepcionante. Jesús no intenta proclamar su categoría única con títulos explícitos, como por ejemplo, “Yo soy el Mesías” o “Dios ha ungido a su Hijo con el espíritu” o “el Hijo del Hombre ha llegado con toda la potestad” o haciendo explícita su importancia (por ej.: “en mí se cumple toda la Escritura”).
Es muy digna de destacarse la elección de esas escrituras proféticas para describir el ministerio de Jesús. Todos los milagros por maravillosos que sean apuntan hacia la culminación expresada en el último verso: “proclamar la buena noticia a los pobres”. Sin embargo, no se puede pasar por alto que en varios de esos pasajes proféticos sugeridos por Jesús en su respuesta figura expresamente la futura venganza de Dios. Pero Jesús, muy intencionadamente, pasa por alto ese componente tan compatible, por otra parte, con el anuncio de Juan sobre el más fuerte. Y entonces la buena noticia – el evangelio – es que para cuantos acepten su mensaje aquel día final anunciado por Amós (5,18-20) no será un día terrible, sino un día pleno de luz, como lo pone san Lucas en boca de Pedro en el discurso de Pentecostés citando a Joel 3,5 (“Antes de que llegue el día luminoso y potente del Señor”) (Hch 2,20). Como puede verse Jesús remite a Juan Bautista y a sus emisarios a sus obras, certificadas sí por las Escrituras como signos mesiánicos, pero lo hace con una indumentaria tan desprovista de poder que lo mismo puede dar ocasión a creer como a dudar. Y eso es cabalmente lo que afirma la bienaventuranza enigmática del final de la respuesta de Jesús: “Bienaventurado el que no se escandaliza de mí”.
Muchos han interpretado esta bienaventuranza en el sentido de que Jesús quiso con ella confundir a los que no creyeron después de haber visto tantos signos y milagros. Pero la bienaventuranza no va dirigida a la gente en general sino directamente a Juan. Los ciegos, los cojos y los pobres, los israelitas sin más difícilmente pudieron incurrir en la no aceptación de Jesús a causa de las curaciones y el consuelo con que los favorecía. Es Juan, en concreto, quien está en peligro de no creer, es decir, de escandalizarse. Jesús era consciente de que su respuesta no era satisfactoria para el Bautista y que sólo había de lograr aumentar su perplejidad. La débil condición humana que pretende asumir Jesús hasta el fin – escribe Bonnard – es y será siempre una trampa y, por tanto, una ocasión para esperar a otro.
Maier considera que lo más asombroso de este pasaje es el silencio de Juan. Este termina simplemente con el delicado ruego de Jesús a su maestro para que acepte su misterioso mesianismo. Pero no hay respuesta de Juan ni aquí ni en ningún otro lugar de la tradición evangélica. El relato de Marcos sobre la ejecución de Juan no afirma que el Bautista fuese a la muerte profesando fe en Jesús ni ofreciendo la vida por su causa. Silencio en todos los casos con el riesgo que implica argüir desde el silencio para reconstruir la verdad histórica. San Mateo, por su parte, deja sugerir que Juan Bautista y Jesús van juntos por el camino que lleva a la muerte que en Jesús es muerte de cruz. Ese es el destino de las dos grandes estrellas que están en el origen de la irrupción del Reino de Dios. Y por eso el gran elogio del Bautista que Mateo pone en labios de Jesús a continuación. Pensar que Jesús fue a visitar a Juan en la cárcel es un cuerpo extraño que ha servido en ocasiones de motivo para ricos efectos cinematográficos. Pero eso pasa sólo en el cine. Jesús no le visitó. Según san Mateo – dice Pierre Bonnard, gran comentarista de san Mateo – la proximidad de la muerte de Juan es el signo negativo por excelencia puesto sobre la persona de Jesús. Y así, siempre según san Mateo, la muerte de Juan Bautista es el corolario indispensable de las obras de poder de Jesús. Sin esa muerte, los signos de Jesús serían triunfos satánicos como testifica la escena de las tentaciones de Jesús en el desierto. Bilbao,15.12.2019